sábado, 14 de marzo de 2009

Gracias por el fuego


Las palabras que siguen fueron pronunciadas en 1967, por el escritor peruano Mario Vargas Llosa, en Caracas, Venezuela. La razón: se le había otorgado, en honor a su tercer libro, La Casa Verde, el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. En el discurso, Vargas Llosa habla de una creciente tolerancia hacia la literatura de parte de las sociedades latinoamericanas, que habían sido altamente represoras con los autores libres. Sin embargo, advierte, nadie debe engañarse: “Las mismas sociedades que exilaron y rechazaron al escritor, pueden pensar ahora que conviene asimilarlo, integrarlo, conferirle una especie de estatuto oficial. Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista.”
Cuando dijo esto, Mario tenía escasos 31 años cumplidos y comulgaba con la Revolución cubana y con su director de orquesta, Fidel Castro. Su concepción de la literatura estaba profundamente marcada por las ideas de Jean Paul Sartre, que hablaba del autor como ente y fuerza política, social. Algunos años después, Mario se alejaría, desengañado, tanto del mito de Castro como de muchas de las ideas del filósofo francés, pero nunca abandonaría la rebeldía magnífica que refleja su discurso de Caracas. No, esa concepción de la literatura como fuego, como un espíritu de rebeldía y contradicción, no se ha ido. No se irá.

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