lunes, 30 de mayo de 2011

Telarañas

Ya le están saliendo telarañas a este blog y huele a casa abandonada. No lo está. Sólo digamos que los inquilinos andan fuera, que andan de viaje y que, a su regreso, traerán figuras talladas en hueso y palabras como talismanes.

Por lo pronto, que el polvo gane la batalla. Lo hará, de todas formas.

miércoles, 18 de mayo de 2011

El perro

Caminaba el otro día por una de las avenidas más espantosas de esta ciudad cuando vi a un perro que se moría. Era pequeño, casi cachorro, y, según me dijo un apático muchacho de un taller cercano, lo habían arrollado en dos ocasiones. Con su tamaño, y su debilidad, con una sola vez hubiera bastado para matarlo.

Así que allí estaba, agonizando lentamente, al borde de la banqueta. Supongo que se había arrastrado sólo hasta allí. Ya no podía moverse y sus piernas temblaban levemente, y en su mirada había muchísima tristeza, una tristeza profunda y fatal. Yo creo que sabía perfectamente que nada podía hacerse y que se moriría, sólo, en medio de la noche.

Me quedé un rato y le acaricié la cabeza. Hice algunas llamadas, pero la hora y el día no favorecían y nadie podía ayudar. No tenía yo dinero para pagarle a un veterinario, que son unos ladrones, para que viniera a dormirlo. Pasaron muchas personas y nadie miraba siquiera, y quienes lo hacían sencillamente rodeaban, mirando con asco o con indiferencia, y seguían su camino. Tenía que irme y me fui.

Al día siguiente, los periódicos anunciaban, a gritos, los muertos de la noche anterior. Ejecutados, secuestros, asaltos. No me sorprendí en lo más absoluto. Pensé que ese perro moribundo era el símbolo de algo más grande y más cruel, algo que uno no puede mirar a los ojos porque entonces se mira a sí mismo.

Un perro moribundo que nadie ayuda es un hombre que muere de hambre y que nadie alimenta que es un hombre que ejecutan en el desierto y que nadie auxilia que es una mujer violada y asesinada que nadie…

miércoles, 11 de mayo de 2011

Lo posible


Ya no hay poetas.

Hay personas que escriben poemas,

incluso buenos poemas,

pero ya no hay poetas.

Ya no se puede.

La ciudad es del concreto, del hierro, del plástico,

y esto nos gusta porque es lo que hemos creado

y porque en las esquinas se quiebra la sombra

y porque en las calles del polvo los perros se disputan la basura.

Y esto nos gusta.

Alguna vez fui feliz en un patio de paredes altas,

ahogado en una atmósfera sucia y corrupta.

Alguna vez caminé delirando y caí y abrí mis ojos

y vi entonces la ciudad tan sola y tan llena de gente

y me levanté y entendí que esa era la libertad posible

y yo quería encontrarme con un bulto de ropa y periódicos

tirado en alguna esquina, buscando el sueño bajo algún puente,

para decirle, bajando la voz, que su camino era sabio,

que era un camino desgastante e interminable, como todos;

que tú no tienes, hermano, ninguna culpa

de los insectos que te caminan el cuerpo cuando duermes,

del olor a descomposición que te acompaña,

de la mugre y de los piojos,

de la punzante y quemante soledad

que terminará por enloquecerte.

Que tú no tienes, hermano, ninguna culpa

y que no habrá Dios que se atreva a sopesar

si fuiste bueno o malo o ambas cosas o ninguna.

Ya no hay poetas

porque ya no somos los mismos.

viernes, 6 de mayo de 2011

Ángel de la guarda



Ya lo sé. Te he visto.

El tedio inescrutable del trabajo.

El tedio de la gente,

de aquellos que en una noche que fue tantas noches

llamaste amigos y que ahora cambian máscaras y discursos.

Caminas por un callejón oscuro, que juega a imitarte,

y sientes que en cualquier momento te convertirás en un vampiro

sediento de aquello que te falta y que no alcanzas a entender

o que te diluirás en esa noche

que te envuelve como boca de lobo,

en esa noche que sientes como un fruto húmedo y sombrío.

Es entonces una esquina y una mujer y un precio

y el otro cuerpo, no el tuyo, sino el otro: lo indecible.

Y esa visión, una pálida espalda arqueándose,

te aguijoneará durante un par de noches

y después se irá, definitivamente.

Dirás palabras de cortesía y formalidad

y sentirás que esas palabras están vacías como tu pecho.

Llegará el día sólo para que llegue la noche

y la noche sólo para que llegue el día

hasta el final, secretamente deseado.

Ya lo sé. Te he visto.

Es triste la vida de los hombres:

es una huída interminable,

una vertiginosa caída.

miércoles, 4 de mayo de 2011

El paraíso


Dice Borges que los únicos paraísos

son los paraísos perdidos.

Y ha de tener razón

así que le hago caso.

Retomo el sendero de los días

y recupero el reino mío:

son carnívoras sus flores,

sus fieras son invencibles

como si estuvieran muertas.


A mí siempre me gustó sabotearme,

siempre cortarme las alas.

En todas las batallas tiene que haber suicidas.

lunes, 2 de mayo de 2011

Breve nota sobre Borges II


Entre el Borges cuentista y el Borges poeta, me quedo con el poeta (esto dicho con la mayor admiración para el cuentista). Son más conocidos sus cuentos que sus poemas, pero me parece que estos últimos son más sabios por lo mismo que exigen mayor concisión, mayor síntesis de contenido.

Textos intelectuales y nostálgicos, eruditos y narrativos al mismo tiempo, me han enseñado muchísimo, y no solamente en lo que se refiere a la escritura de un poema. Me han mostrado aspectos de mi mismo que creía inexistentes y me han hecho una persona un poco menos desdichada. Esto último se debe a que Borges, en general, te enseña, sin querer convertirlo en un poeta didáctico ni nada por el estilo, a apreciar los pequeños y cotidianos placeres: el sueño y la espera del sueño; la formación detallada y minuciosa de una línea de algún poema; la idea de la literatura como un juego personal, interminable; los rasgos de los demás; la sonoridad de ciertas palabras.

Entre todos sus poemas, o al menos entre los que he leído, hay uno que me gusta mucho. Es, quizá, mi preferido. Pero es que tiene tantos y todos tan buenos, carajo. Se llama “Buenos Aires”. Quizá uno de los fragmentos que más me han gustado de todo lo que he leído sea “Aquí la tarde cenicienta espera / el fruto que le debe la mañana”. Y el cierre del poema es fantástico. Me callo y los dejo con él.

Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana

sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto,
será por eso que la quiero tanto.