martes, 28 de diciembre de 2010

De armas tomar


El tiempo, dicen los físicos, existe realmente. Pero el año, este año, solo ha existido en nuestra mente. El tiempo es uno solo, es un solo gran cuerpo de serpiente que va extendiéndose, poco a poco, de modo infinito. El año, este año, es una escama de la piel rugosa y siempre cortante de la serpiente del tiempo.

Para mí, este año se estanca, como que se detiene, en esa frágil muralla de veladoras que rodea Palacio de Gobierno, en Chihuahua capital. Una muralla silenciosa, fría como lo es todo en estos tiempos, en estas tierras. En nuestro desierto. Para una mente muy imaginativa que vea, a lo lejos, la línea de las veladoras, éstas podrán ser la sangre de Marisela Escobedo que, en lugar de secarse, se ilumina. La sangre que se enciende. Pero no lo es.

Yo espero que el año 2011, esa división de lo que no es posible dividir, encuentre a los que habitamos en estos páramos con los ojos tan abiertos que nos duelan, con los puños tan apretados que nos sangren, con la voz tan alta y clara que llegue a aturdir, a herir los oídos sordos o apáticos. Yo espero que el año nuevo nos encuentre de armas tomar.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Marisela Escobedo


El caso de Marisela Escobedo, la activista social asesinada hace unos días en la capital de Chihuahua, hace notorio un aspecto terrible de nuestra sociedad: la soledad de aquellos mexicanos que exigen cuentas a un Gobierno, ya sea el federal, el estatal o el de algún municipio.

Ningún gobierno, y esto ya lo tendríamos que aprender, cambia por sí mismo: el gobierno es poder y, como tal, tiende a extenderse y eliminar, o al menos tratar de eliminar, los obstáculos que encuentre durante su expansión. Esa es la naturaleza del poder y no hay modo de cambiar dicha naturaleza. No podemos cambiarla, pero sí podemos contenerla, controlándola por medio de límites bien establecidos y lo suficientemente firmes como para resistir su embate. La ciudadanía puede, pues, gobernar al Gobierno, siempre y cuando se constituya como ciudadanía. Una persona, un solitario ciudadano, siempre saldrá perdiendo en su titánica batalla en contra de los excesos y las crueldades de un Gobierno.

La muerte de Marisela Escobedo duele y enfurece por muchísimas cosas: se trata de una de las historias mas crueles y negras de los últimos años en este país. Pero cuando yo vi el video, esto fue lo que más me dolió, lo que más me enfureció: varias veces, durante las últimas semanas, pasé por la Plaza Hidalgo, en donde ella sería asesinada, y ni siquiera me paré a leer las mantas que ella y su familia habían instalado en los postes de luz cercanos, en donde había una fotografía del asesino. En alguna ocasión, ya de noche, la llegué a ver, rodeada de unas pocas personas (seguramente miembros de su familia) en la misma plaza, y jamás me detuve, jamás me di el tiempo de saber quién era y qué cosa exigía. Jamás escuché su protesta. Nadie la escucho, ninguno la escuchamos.

Su muerte indigna porque estaba sola, completamente desamparada. La dejó sola el Gobierno, de todos los niveles, que ahora nos vienen a contar que le habían puesto seguridad. Pero la dejamos sola también nosotros, ahí, sentada en frente del apático y sordo Palacio de Gobierno. No la hubieran matado si no hubiera estado tan sola.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El otro discurso


Y siguen los papeles secretos de la diplomacia estadounidense, esos chismes que, de pronto, se van poniendo más serios. Continúa, igualmente, el debate ético sobre si está bien o está mal que Wikileaks haya dado a conocer toda esa información.

Por un lado, es cierto que todo gobierno funciona, de algún modo, en base a secretos. Es decir, todos los gobiernos, incluso los más democráticos, tienen dos discursos: el público y el privado. El público es lo que nos dicen las noticias y el privado (que en ocasiones puede, claro, coincidir con el público) es aquél que no nos dicen, pero que es, en última, el verdadero. Todo gobierno funciona de tal manera.

Por otro lado, yo, que me considero un permanente lector de noticias, estoy hasta el carajo de sentir que no leo, en realidad, nada verdadero en dichas noticias: estoy cansado de sentir que estoy siendo engañado por los periódicos y por los noticieros, que aquello que me dicen, la información que me dan, no es nada más que un teatro, una ficción, una cortina de humo, para cubrir lo verdadero: para cubrir la verdad.

Por eso, me parece fantástico que Julian Assange (sin querer endiosar o algo por el estilo a dicho personaje) se haya atrevido a publicar toda esta información que nos da a conocer, a fin de cuentas, ese “otro discurso”, el privado, de muchos gobiernos, no solamente del de Estados Unidos, al menos en lo que se refiere a la política externa y, claro, sólo en ciertos temas.

Además, Wikileaks es solamente un medio de comunicación. Assange no le robó a nadie la información que dio a conocer, él simplemente publicó aquello que otro ya se había robado y que le hizo llegar. Si se condena a Wikileaks, entonces habría que condenar también a los otros medios de comunicación que han dado a conocer los cables secretos. Lo cual, claro, sería una completa idiotez.

Varguitas de fiesta

Es un gusto ver llorar y reír a Vargas Llosa en esta su celebración, esta su fiesta, del Nobel. Que suerte de no tener la suerte de un Borges, quien merecía este premio y que, tontamente, se quedó sin él. Por cierto, en respuesta a la pregunta de a quien le daría el Nobel, Vargas Llosa dijo que resucitaría a Borges para otorgárselo.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Chismes "ultrasecretos"

Algunas notas sobre la enorme cantidad de información clasificada que WikiLeaks ha hecho pública, con la ayuda de algunos diarios de alcance internacional, entre ellos, el único en español, El País, de España.

Primeramente, valiente el tal Julian Assange, director de WikiLeaks. No es la primera vez que causa polémica, ganándose poderosos enemigos, con la información que revela: recordemos el muy visto video en donde, desde un helicóptero de combate, soldados estadounidenses en Irak matan a un par de reporteros de Reuters. Después, reveló miles de documentos “secretos” del Gobierno de los Estados Unidos sobre la guerra de Irak y de Afganistán, y ahora, esto último: miles de informes clasificados, comunicaciones entre las distintas embajadas norteamericanas en el mundo con su central en Washington. Una auténtica bomba mediática. Ahora, sus enemigos, que no son pocos y a los cuales no les faltan recursos, lo están buscando.

Segundo: en El País salió un reportaje, apenas hoy, en donde se habla de que estos informes “desnudan” a los Estados Unidos. En realidad, no hay nada nuevo, al menos hasta el momento. Nada que no sepamos ya: la desconfianza de los Estados Unidos hacia Rusia; los intentos de contener el poder regional de Hugo Chávez; la idea de que México ha fracasado en su guerra en contra del narcotráfico y el crimen organizado. Lo demás son, simplemente, chismes políticos, muy rentables mediáticamente, claro. Siempre será divertido saber que Gadafi tiene una debilidad muy humana hacia su muy despampanante enfermera rubia. Pero ni siquiera los chismes parecen ser muy nuevos: todo el mundo sabía ya de la personalidad “festiva” en exceso (para un primer ministro) del italiano Silvio Berlusconi. En realidad, quien queda mal parado no es tanto Estados Unidos, sino aquellos acerca de quienes hablan los informes supuestamente tan secretos.

Tercero: Estados Unidos, al menos buena parte, ha reaccionado de una manera, por decir lo menos, exagerada ante esta situación. La campestre Sarah Palin, ex candidata a vicepresidenta por el Partido Republicano, ha pedido que se persiga a Julian Assange como si se tratase de Osama bin Laden. Y algún otro político republicano, de quien no recuerdo el nombre, ha pedido que se fusile a Assange a causa de su alta traición. Curioso, porque Assange ni siquiera es estadounidense.

Mejor sería dejar de una buena vez esa malísima vibra y proteger mejor sus documentos “secretos”, de tal modo que ningún soldadito de 22 años les pueda generar (como en efecto se los generó) este escándalo de lavanderas planetarias.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Las palabras

Sencillamente escribir. No es que no me importen las grandes historias, esos argumentos que pueden, con tanta facilidad pero utilizando algo que se parece a la magia, cambiar vidas. La aventura del Quijote y su amplísima significación; los mitos fundadores del mundo greco-latino; la estirpe apasionada de Cien años de soledad y esa historia amarga, sepia, que a mí me cambió la vida, que me transformó: la conversación entre Zavalita y Ambrosio en La Catedral, en medio de borrachos, narrada por Mario Vargas Llosa. No es que estas historias no me importen, pero creo que yo no les importo a ellas. No quieren hablar conmigo.

Excavar en mi pasado, o en esa curiosa forma del pasado llamada memoria, y entonces, de pronto, ver aparecer, como un fantasma o un demonio en medio de la oscuridad, una historia. Ahí están las palabras, y entonces sentir como ya no soy yo quien escribe, ya no soy yo quien se expresa: es el otro, el que realmente soy, el que utiliza mi cuerpo y mi pensamiento y mis hábitos y mis vicios para ocultarse, para que lo dejen en paz. Es su boca sin dientes la que habla. Son sus manos tan frías las que escriben. Son sus palabras las que aparecen, ante mis ojos incrédulos, en la hoja en blanco.

Simplemente narrar. Sin juicios, sin prejuicios, sin límites. Y el mundo, la casa, la escuela, la calle, el rostro de un amigo, la sangre de la víctima, cambian y se convierten en símbolos, en pozos sin fondo, en bosques donde es tan fácil, tan grato, extraviarse.

martes, 23 de noviembre de 2010

Un laberinto


El principal obstáculo para vencer al crimen organizado, concepto tan complejo y extenso, es el hecho de que México, pareciera, no es un país lo suficientemente fuerte. Ojo: el Estado mexicano es fuerte, pero México no lo es, no lo suficiente. Un país no es lo que es su gobierno, sino lo que es su gente, su pueblo, su ciudadanía. Y la ciudadanía de México, en una buena parte, no es una ciudadanía fuerte, organizada y combativa. De este modo, es terriblemente fácil que los narcotraficantes, los asaltantes y los extorsionadores (que no son lo mismo, necesariamente) se vean protegidos y apoyados por el pueblo.

Al momento de lanzar esta ofensiva contra los cárteles de la droga, el gobierno federal, es decir Calderón y su gente más cercana, calcularon mal, cometieron errores al visualizar la situación del país y, sobre todo, la respuesta que tendría, ya en el terreno de guerra, el pueblo ante dicha ofensiva. México está inmerso en una cultura de la criminalidad y de la corrupción desde hace ya demasiado tiempo y prácticamente todos hemos crecido en esta cultura, o incultura, incluyendo, evidentemente, a aquellos que ejercen como policías o soldados. De este modo, al agitar el avispero lo que ocurre es que el país entra en crisis: el gobierno, al menos una parte del mismo, está atentando contra su “estilo de vida”, contra sus hábitos. Nadie, o muy pocos, apoyan realmente, en la práctica, al gobierno federal, que se queda solo.

Creo que lo que más nos preocupa a los que vivimos en este país es la terrible descomposición social que está ocurriendo, principalmente en algunas zonas muy localizables como en la ciudad en la que vivo. Eso es lo que sentimos, lo que vemos día a día: cada vez más policías federales, cada vez más soldados patrullando pero, contradictoriamente, cada vez más historias de sangre entre nuestra gente cercana, cada vez más balaceras por las noches, cada vez más parientes cuyos negocios están a punto de cerrar por las temidas extorsiones, cada vez más muertos sin explicar y más asesinos sin castigar. Cada día, cada noche, las calles más inseguras, las mismas calles que hace un año estaban llenas de gente, las mismas por las cuales solíamos caminar pacíficamente, ahora son calles amenazantes, peligrosas, que nos obligan a mirar sobre nuestros hombros, buscando en los rincones al posible asaltante que de pronto se convierte en homicida, viéndonos con recelo, con miedo, los unos a los otros. Los chihuahuenses, antes confiados, antes seguros entre los nuestros, ahora nos tenemos miedo y sentimos que, si tocamos el claxon, si miramos de modo “incorrecto” o simplemente si tenemos mala suerte, podemos morir.

Y lo que sucede es que México no está, en estos días, para tales sacudidas. Somos un país demasiado anacrónico en tantos sentidos, somos un país que batalla tanto para adaptarse, para entender una situación de peligro y cambiar lo que sea necesario con el objetivo de no salir tan mal librado. De ahí, a fin de cuentas, esta descomposición de nuestras ciudades, de nuestra gente, de nuestra juventud: estamos ante una crisis moral, ante un dilema ético, que nos rebasa como pueblo, como entidades cívicas. Creo, sinceramente, que no somos país para tanto: el crimen organizado, en cualquiera de sus variantes, tiene un objetivo en común, aún cuando luchen entre ellos: todos buscan lo mismo y están de acuerdo en ciertas cuestiones fundamentales. Nosotros, los de este lado, no estamos de acuerdo en nada, no escuchamos a nadie y no tenemos un fin común.

Visto de este modo, pareciera que nos encontramos (y esto se ve en cualquier debate sobre este tema) ante un laberinto demasiado intrincado. Frustrantemente oscuro.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La filosofía y la sociedad


Por el día mundial de la filosofía, la Facultad a la cual pertenezco organizó un debate entre los maestros de la Licenciatura de Filosofía para que hablaran, y preferiblemente discutieran, sobre el estado actual de la filosofía y sobre el papel del filósofo en la nuestra sociedad.

En efecto, fue un debate. Me temía yo el aciago resultado de una simple ponencia, una especie de mesa panel, en donde los profesores dijeran sus cosas y después se retirasen sin entrar nunca en un interesante y acalorado conflicto de opiniones. Curiosamente, el conflicto, o el debate, no se dio mucho entre ellos, sino entre ellos y el público, el cual estaba compuesto por otros profesores, bastantes alumnos de dicha licenciatura (con algún raro de Letras, como yo) y dos o tres sujetos un tanto misteriosos, de traje y con aspecto de haber pertenecido a la Facultad hace como cincuenta años, quienes fueron los que opinaron por la parte de los oyentes. El debate comenzó porque el profesor Pallares (que entiendo es una especie de maestro de maestros en esa licenciatura) dijo que los filósofos no están hechos para “transformar” a la sociedad, que son otros, como los ingenieros, según él, quienes están “preparados” como para transformar el mundo. Después, algunas personas del público rebatieron esto con el argumento de que los filósofos están “mucho más preparados, desde el punto de vista humano”, según uno de los hablantes, para dirigir a la sociedad hacia un estrato superior y más benigno. Así, a grandísimos rasgos.

Yo pienso que ni una ni otra, sino todo lo contrario. Es decir, creo que los filósofos y las clases intelectuales de este país, al menos, y quizá del resto del mundo, están más preocupados por debatir entre ellos mismos que por meterse de lleno a los problemas, con los pies en la tierra, para resolverlos. O al menos para ayudar a resolverlos. Ha habido excepciones, claro, pero más bien en el pasado, y no en este momento. Me gustaría que de la licenciatura en filosofía salieran, por ejemplo, algunos de nuestros políticos, algunos de nuestros diputados o senadores o alcaldes, cosa que no ocurre muy seguido. Por el contrario, las carreras humanistas se han relegado a sí mismas despreciando, por ejemplo, a la actividad política por considerarla “corrupta” e “inservible”, sin darse cuenta de que es, de hecho, el único medio de cambiar, para mejor o para peor, al mundo. La política no es corrupta en sí misma, lo corrupto son los políticos, esos que van de un puesto a otro, simplemente para seguir viviendo del presupuesto, pero perfectamente un político puede ser también un hombre culto y honesto, elevando entonces el nivel político en un país.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Sobre bosques y abismos


¿Se puede enseñar a vivir? ¿O sólo podemos aprender por nosotros mismos? ¿Podemos guiar por los caminos correctos, como si la vida fuera un bosque? ¿Podemos mostrarles, a los que apenas vienen a esta vida, a los que ya se acercan a este fuego, en donde están los abismos, en donde los pantanos, por donde no deben andar? ¿O acaso esos que apenas llegan al mundo no pueden escucharnos y tienen que caer, irremediablemente, en los mismos abismos en los cuales nosotros caímos y tienen que hundirse en los pantanos que sepultaron nuestros huesos? ¿Puedo yo enseñar a alguien a vivir? Para enseñar algo, debo primero saberlo, ¿yo sé vivir?

sábado, 9 de octubre de 2010

Poema y justificación


Ya sé que muchos dicen, y llevarán razón en sus dichos, que un poema no debe ser defendido por el poeta o (como me parece muy altanero decirme poeta) por el autor. Pero me resulta irresistible hacerlo y declarar a los cuatro vientos que no es, no ha sido y no será mi intensión el hacer un “poema a la patria”, uno de esos cándidos poemas que comienzan con un “Ho, patria mía, que has dado tu seno a beber” o alguna paparruchada por el estilo.

Simplemente, considero que la Historia, cualquiera, resulta muy poética. La Historia de un país, de una ciudad, de un libro, de una persona (biografía), de una religión, etc.., está hecha, en realidad, de imágenes, y ya sabemos todos el papel tan importante que estas tienen en la poesía. La Historia de México me parece muy poética. Aunque, a decir verdad, resulte muchas veces en un poema curiosamente tragicómico.

Esto es la primera parte de “Visiones de México”, título no definitivo, por cierto.

I

Un desierto, un valle. La selva.

El cielo que es el mismo y siempre otro.

Hombres mudos que inventan el río,

hombres mudos que hacen hablar a la piedra y al mineral.

Las murallas caen. Los templos caen, igual que los hombres.

Pero los ríos de sangre y la furia y el miedo,

los dioses que callan y dejan de creer y se desintegran

serán la semilla. La guerra es como el semen.

De la confusión, de las ruinas como el esqueleto de un gigante,

de la muerte de un árbol que no puede morir,

de una voz que no puede callar porque estuvo antes que el silencio,

viene la cruz, la catedral, las palabras de Dios.

jueves, 7 de octubre de 2010

El escribidor

Es curioso, pero hasta los más radicales críticos de Mario Vargas Llosa parecen haber suavizado, ligeramente, sus palabras y se dicen contentos por el Nobel. Dicen, casi todos, que Mario, que los libros de Mario, lo merecían, no sin, después, agregar que lo merecía a pesar de ser “derechista”, “reaccionario”, “deplorable” y demás adjetivos un tanto contradictorios. El mexicanísimo Paco Ignacio Taibo II (del cual uno se entera que es escritor cuando te lo dicen y lo lees, porque por la facha pareciera más bien taxista o taquero, sin ofender a los taxistas y taqueros) ha declarado, a la primera oportunidad que tuvo, que Mario es un ser “deplorable como ciudadano y como persona”. Solo Taibo sabe la razón de tan profunda inquina. Sin embargo, dice, Mario se lo merecía. En pocas palabras, todos están contentos. Carmen Balcells, editora y amiga de mucho tiempo atrás de Mario, ha dicho que parece, más bien, que Vargas Llosa ha ganado la Copa del Mundo.

Yo solo puedo decir que estoy bien, pero bien contento. Que me emocionó, me conmovió, muchísimo cuando, esta mañana, apenas despertando de un sueño intranquilo y convertido en insecto, me metí a internet a ver quien había ganado y me encontré con el rostro feliz de Mario, con la noticia de su premiación. Algunos me dirán, estoy seguro, que los premios no son lo importante y que, en realidad, no dicen nada, y tendrán quizá razón, pero a mí eso no me importa. Yo no estoy feliz ni por la lengua y literatura en español, ni por Latinoamérica, ni por el Perú (que no conozco) ni por nadie más que por Mario Vargas Llosa, un hombre al que no conozco en persona y el cual no tiene ni la más mínima sospecha de mi existencia, pero al cual siento muy cercano y al cual le agradezco, anónimamente, horas y horas de felicidad y de maravilla en sus libros, de la mano de sus amargos personajes, paseando por Lima y sus cantinas de mala muerte y sus avenidas y sus edificios antiquísimos, navegando por la selva del Amazonas en medio de los aguarunas y machiguengas, escuchando y conociendo a los alumnos de un oscuro colegio militar, emocionándome con las aventuras eróticas de Fonchito y de su padre y su madrastra, muriendo en medio de la batalla apocalíptica que finalizará con el mundo…

martes, 28 de septiembre de 2010

La literatura y el narcotráfico


Hace ya años, en el 2005, hubo, en la revista Letras Libres, una pequeña polémica desatada por este artículo del crítico literario Rafael Lemus, en donde, al menos si entiendo bien, Lemus dice que no es posible narrar el narcotráfico y su violencia. Luego, uno de los autores referidos (de modo negativo) por Lemus, uno de esos autores norteños que, según Lemus, no tienen “los suficientes recursos” para escribir una verdadera novela del narco, Eduardo Antonio Parra, le responde en este otro articulito dado a la luz en la misma publicación. La polémica me parece, a pesar de haber sido muy breve, bastante interesante ya que trata sobre cómo el Norte entiende su problemática, sobre como los escritores que han nacido en estas tierras han sido influenciados por el ambiente enrarecido y ambiguo del narcotráfico. No conozco mucho de la literatura del narco (ignorancia que me propongo conjurar), sin embargo, creo que Lemus se equivoca en algunos aspectos, que señalaré. A pesar de que dichos artículos discutieron hace cinco años, hoy el tema está más presente, más punzante, que nunca.

Primero, Lemus se equivoca (y en esto coincido con Eduardo A. Parra) con respecto al narcotráfico y su naturaleza. En su crítica, Lemus define al narco como “el puto caos”, como una organización sin organización, como “un elemento anárquico”, “No hay justicia ni armonía en su imperio, se muere porque sí, se mata por lo mismo. Las causas y las consecuencias no están trenzadas”. Ese caos, esa sinrazón en sus asesinatos, no caben en una novela, ya que la narración requiere de un orden, de una causalidad en los sucesos: esto pasa por aquello. Pienso que ese concepto del narco es equivocado: el narcotráfico, el verdadero, es en sí mismo una narración. Es una historia de poder, o de la búsqueda del mismo. Es una historia de transformación, o degeneración, de un ser humano que es muchos seres humanos. Cuando matan o encarcelan a un capo, se convierte entonces en la historia, perfectamente narrable, de hecho muy novelesca, sobre la sucesión en el cártel o la organización en cuestión. Cada muerte, ordenada por el narco, tiene una historia detrás, sucede por algo: dentro del narcotráfico, a diferencia de lo que piensa Lemus, hay un tipo de justicia, muy particular y definida por los jefes de dicho cártel, pero real y, sobre todo, fatal. Si el narcotráfico se ha perfeccionado tanto y ha influenciado a prácticamente todos los aspectos de la vida de una persona que vive en territorio narco, ha sido precisamente por no ser un “puto caos”. Digo, por algo se le llama crimen organizado.

Dice Lemus: “La narrativa sobre el narco es relativamente nueva, aún no alcanza su cima. Una apuesta, bro: no habrá cima. Por lo mismo, tampoco decadencia. Ocurrirá con ella lo que con la novela de la guerrilla escrita hace treinta años: se apagará sin haberse encendido. El narco mudará y esta narrativa yacerá anquilosada”. ¿El narco mudará? Noticia de primera hora, por cierto. Mudará, ¿en qué sentido? En fin, el fragmento anterior es una opinión personal, fruto de lecturas y de la comparación entre las mismas, pero no creo que el fenómeno del narcotráfico tenga muchos parecidos con las guerrillas, no, al menos, en México, con la sola excepción de que ambos movimientos utilizan las armas. Para las guerrillas, las armas eran, de algún modo, una forma de expresar su rechazo al mundo establecido, una forma (buena o mala, ya cada quién lo juzgará) de hablar, o más bien de gritar, su enojo, su desacuerdo. Había que cambiar al mundo por medio de las armas. Cambiar al mundo. El narco no aspira a nada de eso: las armas son, simplemente, uno de los extremos del negocio, de la empresa, de la organización. Es la solución final de los traidores, los soplones, los débiles, los ambiciosos, los desleales al jefe. Es la solución del narco en contra del “puto caos”, es su forma de justicia. No aspiran a cambiar al mundo: aspiran a proteger, y preservar, su mundo. Otra cosa: espero que el pesimismo de Lemus hacia los escritores del norte que tratan el tema del narco sea infundada. Espero que los escritores que ya están (y los que vienen) sepan (sepamos) asir, comprender y recrear una realidad, una historia, que rebaza por mucho a la historia de las guerrillas. Mientras que las guerrillas, al menos en México, nunca alcanzaron un gran nivel de aceptación y protección por parte de la sociedad (ni siquiera entre los campesinos y los obreros), y por lo mismo nunca penetraron mucho en el tejido social, el narcotráfico se ha inmiscuido, se ha instalado, en donde al lector se le antoje: en el periodismo, en la intelectualidad, en la clase empresarial de todos los niveles, en las policías, en el ejército, en el sistema judicial, en los deportes, en el mundo artístico y del espectáculo. Sencillamente, está en todos lados. Lo que Lemus (y mucha gente que habita otras zonas del país) desconoce es que el narco no es solamente un fenómeno delictivo: en estas tierras, ha sido un verdadero elemento formativo, para bien y/o para mal, de nuestras ciudades, de nuestro campo, de nuestra sociedad.

La literatura sobre el narco no es solamente inevitable, sino necesaria.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Las dos caras de la moneda


En ocasión del cierre de un evento en la Facultad, se invitó a un grupo de músicos para que amenizaran tan magno acontecimiento. Estando ya entrados, con nuestro tamalito de dulce en la mano y, colgando en el cuello, un simpático tarro en donde servían un licor de sospechosa procedencia, subió al escenario una banda. Dos guitarras, un bajo, batería y voz que sería, esta última, el blanco de las burlas de mis amables compañeritos. No de las mías, claro que no. Ciertamente, cantar no era lo suyo, por decirlo de modo amable. Eran jóvenes todos, uno de ellos estudiante (ilustre, sin duda) de la Facultad en cuestión. (Antes de todo esto había ocurrido algo extraño: a la entrada del inmueble se habían instalado, sin previo aviso y sin saber nadie de donde habían salido, cuatro o cinco hombres ya entrados en años y en kilos, en traje e incluso corbata y armados todos de instrumentos de viento poco vistos en dicha escuela, como trompetas y demás. Sax no. Hicieron ruido una media hora y después “agarraron y se fueron”, como se dice comúnmente. ¿A dónde? Nadie supo).

Cuento esto porque, mientras de mi lado, del lado del respetable público, todo era burlas y risas socarronas (no mías, claro que no), del otro lado, del lado de la banda que hacía lo suyo, todo era nervios, expectación ante la posibilidad del aplauso, miedo al abucheo que ya se avecinaba. Todo, del lado de ellos, era una sola expectativa. Estaban frente a nosotros sin saber, realmente, qué estaban haciendo, sin saber a bien que podían hacer. Vi a los que estábamos de este lado y me di cuenta de que todos estábamos del mismo lado, los de la banda y el respetable: rostros aún jóvenes que fuman y se dejan crecer la barba y se disfrazan con unos lentes gruesos que los hagan parecerse más a aquellos escritores que tanto quieren y que escriben poemas que luego les avergüenza leer ante los amigos y que buscan, pisando siempre en falso, siempre sintiéndose en el límite del error y del ridículo, alguien que lea ese cuento que hicieron bajo el poder de un hechizo todavía nuevo para ellos, alguien que aprecie ese poema que escribieron el otro día mientras fumaban un cigarro tras otro sintiéndose, y esto nunca lo dirán, nunca lo van a reconocer, sintiéndose un joven Borges, un provinciano Paz, un inseguro Huidobro. Sin saber qué hacer, sin saber si pueden hacer algo.

Esos de la banda y nosotros, que nos burlábamos, venimos del mismo barro.

martes, 7 de septiembre de 2010

Segundas impresiones de Conversación en La Catedral


Lees un libro y te gusta. Años después, lo relees y te gusta de nuevo, pero de un modo distinto. Aprecias mejor la historia: error, no la aprecias mejor, sino de diferente manera. Hay fragmentos que, en la primera lectura, pasaron desapercibidos y en la nueva lectura resultan ser los que más te impresionan. Podría decirse que, en realidad, no existe la “relectura”, sino que es siempre “otro” libro. Un buen libro es siempre muchos libros, que solo están esperando a que sepas leerlos, encontrarlos en las páginas.

Eso es lo que me está pasando con Conversación en La catedral, de mi estimado Mario Vargas Llosa. Lo leí hace como cinco años y me impresionó. Luego, lo releí en fragmentos, a veces un capítulo, a veces otro, pero solo hasta ahora lo releo íntegramente (apenas en la mitad, por el momento). En este tiempo yo he cambiado y, por tanto, también el libro, o, para darme a entender, mi percepción del libro, mi muy personal lectura. Pero lo que no ha cambiado es la impresión que me causa, la fascinación que me genera su historia, triste y fatal, y sus personajes, grises y desarraigados. Como casi todos en Vargas Llosa.

Las novelas de Mario no son muy fáciles de reseñar, ya que contienen, casi siempre, muchas historias, muchos personajes, múltiples situaciones. Lo mismo me pasó, por cierto, en este blog, con La casa verde. Conversación cuenta las historias, los destinos, de muchos personajes (de distintos estratos sociales y oficios y personalidades) enmarcados en el Perú de los cincuenta, durante el llamado “ochenio”, es decir, los ocho años en los que el general Odría gobierna ese país, estableciendo una dictadura militar que asfixia a la prensa independiente y a los demás partidos políticos y que se manejó en base a la corrupción y a la tortura, como cualquier dictadura. En ese ambiente creció, en realidad, Vargas Llosa y en ese ambiente se mueven los personajes de esta novela, Santiago Zavala, Ambrosio, Amalia, la Musa, Trifulcio, el senador Fermín Zavala, y un largo etcétera, todos ellos afectados, de un modo u otro, por la corrupción, la suciedad y la falta de escrúpulos de la gente en el gobierno, todos ellos “envenenados”, podría decirse, por el sistema, por la forma en que las cosas se manejan.

Llama la atención que, en realidad, los personajes no tienen “grandes historias”, es decir, los personajes no tienen “biografías” heroicas, excitantes, extraordinarias. Todo lo contrario: son seres bastante ordinarios, que crecen en pueblos polvorientos y después se casan y tienen algún hijo y luego trabajan aquí o allá y después mueren, sin dejar, qué duda cabe, ninguna huella a su paso, ni hacer cosas trascendentales para su país ni para sí mismos. Sin embargo, la narración de “lo que les pasa” es tan profunda, tan bien lograda, que nos resultan personajes entrañables y, entonces, esa maraña de historias personales ordinarias se convierte, sin temor a exagerar, en toda una epopeya (utilizando mal el término, claro), en una gran historia, emocionante y reveladora. Inolvidable. Una historia extraordinaria compuesta por historias personales ordinarias. Al terminar de leer la novela, como sucede con La casa verde o La guerra del fin del mundo (otras excelentes novelas de Mario), uno tiene la impresión de haberse sumergido en un microcosmos, en un mundo aparte de este mundo. Uno tiene la impresión de haber vivido y sufrido y amado y odiado en el Perú, el complejo Perú de los años cincuenta.

Vargas Llosa menciona, en su prólogo a la edición de Alfaguara, lo siguiente: “Todavía peor que los crímenes y atropellos que el régimen cometía con impunidad era la profunda corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones, envileciendo la vida entera”. A través de las muchas historias que se narran en sus páginas, la novela nos muestra que la política, y en este caso la mala política, lo afecta todo, influye hasta en los actos más íntimos y privados (quizá por eso mismo los más importantes) de la vida de los seres humanos. La corrupción que “irradia” desde el centro del poder condiciona, y termina por unir, los ordinarios pero complejos destinos de los personajes, convirtiéndolos en personas llenos de frustración y de nostalgia por aquello que “pudieron haber sido” y que ya nunca serán.

El tema clave de la novela son las flaquezas de los personajes, las debilidades y las miserias de su espíritu, su propensión ya sea a la torpeza o a la maldad. Sumidos en la ignorancia y en los prejuicios, sus actos están determinados por la depresión de su mundo, por la tristeza y pobreza de sus pueblos y caseríos, por la suciedad e, incluso, la fealdad de sus ciudades. Aún cuando muchos de sus personajes son miembros de la aristocracia, senadores, ministros de gobierno, empresarios, todos están “enfermos”, podría decirse, de los vicios que los unen a todos, ricos y pobres.

Una novela muy recomendable. Como mexicano que eres, lector (a), te sentirás bien identificado por ciertas situaciones y muchos personajes.

miércoles, 25 de agosto de 2010

¿Qué esta pasando?

Los periódicos nunca son muy alegres. Cuando las notas no son sangrientas o trágicas, son ridículas, vergonzosas o banales. ¿Qué le vamos a hacer si son un simple reflejo de eso que llamamos “la realidad”?

Pero de eso a leer de la muerte, de la ejecución, de 72 migrantes centro y sudamericanos, en Tamaulipas, ya es otra cosa. Eso es ya algo que, en verdad, te desanima. Te baja la sangre. O te la sube, depende. Es, casi, como para no leerlo. Casi, de no ser porque, ni modo, hay que saberlo. Hay que entenderlo. Asimilarlo.

Esta entrada es completamente innecesaria, desechable. No vale un centavo. No pienses, lector (a), que encontrarás aquí ideas, argumentos racionales, estadísticas reveladoras. No. No hay nada de eso. No quiero analizar la muerte de esas 72 personas. Solo puedo imaginar que fue lo que pensaron cada uno de ellos, de ellas, cuando iban a ser ejecutados, como si no valieran nada, por un grupo de hombres que hacían bromas, reían, se burlaban de ellos. Pensarían en sus familias, en la gente que los quería. Pensaban que no había forma de salvarse, que nadie los iba a ayudar. Pensaban, a la mejor, que había sido un error meterse en estos territorios sin ley. Sin ley.

Aquí solamente hay una pregunta, ¿Qué está pasando? ¿Qué carajos estamos haciendo nosotros?

viernes, 20 de agosto de 2010

La actualización del sistema / La Revolución Mexicana, de Jean Meyer

La Revolución Mexicana, por Jean Meyer.
Editorial Tusquets, 3a Edición, mayo 2009
Traducción de Héctor Pérez-Rincón G.


La historia de la Revolución Mexicana es un compendio de traiciones. Al menos, esa ha sido mi muy particular lectura de este libro de Jean Meyer, en donde el autor de origen francés nos explica, nos describe, a grandísimos rasgos, cuarenta años de la historia mexicana, de 1900 a 1940, etapa toda que él considera como revolucionaria.

Y es que, en efecto, la Revolución, así con mayúscula, no reside solamente en los fusiles de los zapatistas ni en los temibles jinetes de la División del Norte, sino en las palabras, palabras políticas, de muchos hombres y mujeres. La Revolución, más que un confuso, intrincado movimiento armado, fue, más bien, un movimiento político. La cuestión militar fue solamente la consecuencia de dicha política, pero no su negación.

La Revolución, la que se lee en el libro de Meyer, está incluso dentro del porfirísmo, cuando aún el viejo león estaba sentado en la silla presidencial. Meyer hace un excelente análisis de la situación del país en esos años, de 1900 a 1910, análisis que se basa en los números, en la cifras exactas que nos hacen comprender que Porfirio Díaz sabía que su gobierno llegaba a su final pero que no quería reconocerlo, que no veía en nadie la dignidad para sucederlo. En esos años, ya está Madero, quien, curiosamente, comienza la Revolución, la inicia, con un libro: este hecho en un país casi completamente analfabeta ya es algo notable.

Luego, vendrá la lucha. Los años, las hambrunas, las batallas de las que nos hablan los corridos y, todavía, algunos hombres y mujeres que lo vivieron. Los tiempos heroicos. Primero, con el levantamiento de Madero en contra de don Porfirio, lo que se considera la primera etapa de la Revolución armada. La más suave. El gobierno de don Porfirio se derrumba casi con facilidad: era una vieja estructura sin cimientos ni fuerza para defenderse. La estrella de Madero se eleva, pero será una estrella fugaz. Victoriano Huerta lo mata, y entonces sí, la segunda etapa de la Revolución comienza, la etapa de las grandes movilizaciones humanas, la etapa de las más grandes batallas, la etapa de la crueldad. Los nombres de Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Obregón en Sonora, resuenan por todo el país igual al sonido de las balas. Cuando triunfa Carranza, cuando triunfa la Revolución, los revolucionarios que ganaron comienzan a matar a los revolucionarios que no alcanzaron a llegar. Matan a Villa y a Zapata y a tantos otros.

Triunfan los revolucionarios (al menos la facción de Carranza), pero pierde la Revolución. Los 25 años siguientes, narrados por Meyer, son la historia de la traición. La institucionalización de la corrupción. El nacimiento del Sistema. Y entonces, la Revolución que se hizo para desterrar a Porfirio Díaz y a su régimen basado en el servilismo y la obediencia, se sirve de los mismos instrumentos para perpetuarse en el poder: lo que antes eran las haciendas (en exceso satanizadas por los que vendrían después) ahora son los caciques, los sindicatos aliados completamente al gobierno, y un largo etcétera.

La revolución pierde cuando gana. Y pierde cuando gana porque se basaba en un principio falso: su capital humano. Se pensaba, se esperaba (después se vio que esa primicia era falsa), que los que vendrían serían mejores que los que estaban, que Carranza y Obregón y Plutarco Elías Calles, todos ellos revolucionarios, serían más nobles, más honestos que don Porfirio Díaz y su gabinete de ancianos. No lo fueron y, en muchos sentidos, incluso los superaron en lo que se refiere a corrupción, a violencia, a cinismo.

miércoles, 18 de agosto de 2010

La unidad


Es como si, de pronto, la unidad se deshiciera. Solo un momento antes, era un bloque compacto en mi mente, algo que yo podía, recuerdo, sentir con la precisión de un golpe. Era, parecía ser, definitivo.

Entonces, se disipa. La roca se disuelve. No: no se disuelve, se divide en cientos de fragmentos y estos se rechazan entre sí.

La unidad se ha ido. Mi cuerpo y mi mente se divorcian. Se odian. El humo hiriente del cigarro y el efecto del alcohol no pueden ya hacer nada.

Y es ahí cuando me quedo callado y, si tengo que hablar, mis palabras ya no son mías.

sábado, 14 de agosto de 2010

Una buena y una mala


1.- El semestre apenas comienza. Regreso a la apacible facultad, de pronto demasiado apacible. Vivo cerca, así que camino de mi casa al campus, siempre por la misma ruta, la Avenida, a esas horas llena de ruido y calor: gente de un lado a otro, carros a toda velocidad, camiones que pasan rapidísimo y a solo centímetros de los incautos peatones, como yo. De pronto, una ambulancia. De pronto, alguna pequeña e ignorada manifestación por quien sabe qué cosa. Pequeñas variaciones en una rutina que, esta sí, agradezco.

Siempre me ha gustado escuchar, al ir internándome en el campus (el viejo), como va perdiéndose, diluyéndose, el rugir de esta fiera que llamamos ciudad. El alboroto incansable de la Avenida va cediendo, gradualmente, el terreno a un silencio lleno de rumores, de sombra: el Cidech y sus árboles rescatados; la pequeña Bellas Artes es un curioso paréntesis, ya que se escuchan salir de los salones gritos y aspavientos dramáticos de la gente de Teatro, una guitarra por allá, un piano más al fondo y, si te asomas por las ventanas, te encuentras con una grupo de estudiantes con las caras pintadas como mimos o con alguna joven bailarina, aún amateur, de salsa. Cruzando la Explanada, llego al pequeño bosque de Filosofía y Letras: al fondo de los árboles, el edificio, con gente sentada en las ventanas (aún en las del segundo piso), y alrededor, en el pasto y en la entrada, los grupos de muchachos fuman, leen, conversan. Ya para entonces, el ruido de la ciudad es solo un eco.

2.- Los directores de la Facultad de Filosofía y Letras tienen una curiosa pasión por construir… aunque sea a medias. Ya van, según mis cálculos, más de doce meses de que se construyeron unos nichos alrededor del camino que va hacia la entrada de dicho edificio, que seguramente no estuvieron a precio de oferta, y los “bustos” que se supone montarían en esos nichos ni sus luces. Aún así, la atenta comunidad estudiantil siempre encuentra el lado bueno y útil de las cosas: hace meses que los pobres nichos se han convertido en mesas, sillas, barra de cantina y, de vez en cuando, hasta en camas (o algo parecido).

Ahora todos nos preguntamos qué coño estarán haciendo con el patio central, que alguien nombró, presocráticamente, el Jardín Epicuro. El presocrático jardín parece haber sido víctima de un bombardeo o algo parecido, y comienzo a sospechar que todo es una maniobra tramposa y maquiavélica para que nadie se acuerde ya de los bustos perdidos.

martes, 10 de agosto de 2010

Mariguana S.A. de C.V.


Felipe Calderón se opone, y con él muchos otros, claro, a la legalización de las drogas y defiende la estrategia seguida hasta este momento. Es evidente, por lo demás, que se tiene que hacer “algo”, es decir, cambiar en algún aspecto lo que se está haciendo, agregar cosas, quitar algunas otras, ya que seguir exactamente igual solo nos llevaría, y ya no solo al norte del país y algunas otras zonas más o menos específicas, sino a todo el país, a hundirnos en la violencia. Se pueden hacer muchas cosas: involucrar más, exigiendo resultados y transparencia, a los estados; la policía única; ir tras el dinero, en las cuentas bancarias aquí y en otros países, de los narcos, y un largo etcétera. La legalización de la mariguana es, claro, algo que se debe de considerar e incluir, aunque sea de forma parcial, en dichos cambios.

La cuestión está como sigue. La droga, a excepción del alcohol, el tabaco y los medicamentos tipo el Tafil y esas cosas, son ilegales, sin embargo:

1.- Si yo quiero droga, sea mariguana, cocaína o bien alguna droga más rara o fuerte, puedo conseguirla. Hoy mismo. Comparando precios, incluso.

2.- El narco, sobra decirlo, es aún fuerte. Quizá hoy más que nunca, en muchos sentidos. Es rico, controla territorios y gobiernos, mata sin dificultades.

3.- Los que ganan con este negocio son dos: los narcos y los que se corrompen para que el narco funcione.

Por lo que sé, el tabaco y el alcohol son bastante más dañinos que la mariguana, por ejemplo. Si alguien ha comprado (como, para mi vergüenza y bochorno, lo he hecho yo) el mezcal Tonayan, creo que se llama, de quince pesos el litro, que es menos limpio que las aguas del canal, sabrá lo anterior con bastante certeza. Si esa bebida, ciertamente dañina para cualquier cosa que toque, es legal, ¿porqué no puede serlo una porción de mariguana de calidad, bien cultivada y limpia?

La mariguana y la cocaína, al menos, como empresas establecidas (establecidas no por los narcos actuales, claro, a esos habría que meterlos a un calabozo estilo Joe Arpagio, el caza inmigrantes de Arizona): muchos empleos, mucho dinero en movimiento, muchos impuestos. Además, le restamos bastante (aunque no completamente) al problema de la inseguridad y de la violencia. El dinero y el tiempo gastados en combatir militarmente a esos poderosos cárteles los utilizamos para concientizar a los jóvenes a no meterse drogas y, si ya lo hicieron y son adictos y quieren salirse de eso, que tengan buenas instituciones que realmente les ayuden a salir de su problema, a curarse. Gradualmente, en la medida en que el plan vaya dando resultados positivos, se legalizarían todas las drogas, aunque esto último si es más discutible.

Los grupos criminales ya van más allá del narco: extorsiones, secuestros, robo de autos, asaltos, robo de combustibles, trata de personas y de órganos, piratería, robo de información personal, etc. Estos no se acabarían con la legalización de las drogas, claro, pero sí una buena parte de ellos. Algo es algo.

viernes, 30 de julio de 2010

México vs México


México funciona a pesar de México.


Los mexicanos funcionamos a pesar de los mexicanos. A pesar de nosotros mismos y de nuestros vicios, nuestras discapacidades como pueblo, a pesar de nuestra renuencia a mejorar, a protestar como se debe, a enojarnos con justicia y a no quedarnos en el sillón, mirando la televisión y sus noticias, que últimamente se gastan en puras notas rojas.


México funciona a pesar de México. A pesar de su pasado. A pesar de sus páginas de Historia, una historia de villanos que vencen, una Historia de sangre. Lo que vemos actualmente, ya lo hemos visto, una y otra vez, en asesinatos políticos desde que México es México. Es mentira que la violencia, así, nunca se haya visto. Ya habíamos probado, desde mucho tiempo atrás, los métodos de nuestro tiempo.


México funciona a pesar de México. A pesar de su presente que es un cuarto cerrado, una casa aislada, perdida en un desierto que esta perdido entre montañas de una belleza terrible, temible. En esa casa habitan dos hombres que son enemigos y que se buscan, desde hace siglos, ya desde hace siglos, incansablemente. Ahora, al parecer, se han encontrado y no encuentran el modo de matarse de una buena vez o perdonarse. No saben que hacer.


Los mexicanos funcionamos a pesar de los mexicanos. A pesar del humor que, de tan ácido, de tan negro, termina volviéndose una masa que, primero, no nos permite hablar. No podemos despegar los labios. Después, la espesa sustancia de nuestra risa sube a nuestro cerebro. A nuestras manos. Nuestros pies. Somos, entonces, una estatua que no significa nada. En la placa, dice: “Erase una vez…”


Este país funciona a pesar de este país. A pesar del ejército de burócratas que todo lo vuelven lento, ineficaz, que todo lo hacen sin ganas. A pesar del otro ejército, bastante más “eficiente”, desgraciadamente: el de las R 15, las AK 47, las granadas, el de los siniestros videos en donde un hombre muere a manos de otros hombres que, aunque se mueven y hablan y ríen, ya están muertos. México funciona a pesar de los partidos políticos de todos los colores, en donde se reúnen un grupo de cobardes, mentirosos y estúpidos seres humanos que lucran, que se llenan los bolsillos, que se dan la gran vida dejando que todo siga igual, dejando que este país caiga, que este país se hunda y con él todos nosotros. Dejando que yo me hunda, que los que leen esto se hundan, mientras ellos ganan, mientras ellos siguen adelante.


Este país funciona, crea, ríe en ocasiones, a pesar de su misma tristeza, a pesar de su amargura.

domingo, 25 de julio de 2010

El primer poema de este blog ¡¡¡

Cuando inicié este blog no sabía muy bien qué cosa iba a publicar, aunque creía que podría ser una combinación entre política y literatura junto a poemas míos y anécdotas de las cosas que me pasan todos los días. Sin embargo, los temas de literatura han quedado relegados a un penoso segundo lugar, mientras que los poemas y las vivencias diarias han brillado por su ausencia. Esto último se debe, a lo mejor, al hecho de que “las cosas que me pasan todos los días” pueden ser o muy aburridas y poco dignas de contarse o, quizá, demasiado inmorales o vergonzosas como para que me anime a escribirlas y publicarlas así sin más. El tema casi único ha sido la política, rama de la sociedad que da para innumerables, y en su mayoría inútiles, debates e interpretaciones: un auténtico rompecabezas.

Dicho lo anterior, he aquí el primer poema del blog ¡¡¡


ORACION DE UN AGNOSTICO

I

Este poema no tiene destino.

Podría, es cierto, llegar a tu lejanía,

al horizonte místico donde, quizá, te ocultas,

te dejas ver apenas, miras tu juego y mueves la pieza

para después volverte sombra.

Pero la realidad es un albur

y mis errantes palabras bien pueden hundirse

en el mar impasible de la nada

como un mensaje dentro de una botella

que se comerán las olas.

Pero la incertidumbre, esa trampa de la muerte,

ya se ha habituado a nosotros y nosotros a ella:

es el signo de nuestro tiempo.

Escribo estas palabras vagabundas,

ciegas kamikazes,

porque mi mano se ha extendido

y no solamente ha golpeado al aire,

porque mis tres ojos han escarbado en la sombra

y algo han percibido, fugazmente,

algo como un ágil fantasma o un relámpago.

Entonces, mi corazón, igual a una tumba que florece

ha dado un brinco y ha pedido la palabra.

II

Ahí están las palabras, desoladas

como los restos de un naufragio;

ahí están los días y están las noches

y el puente, fugaz e invisible, que los une separándolos;

ahí están los libros y están los años,

el primer llanto y el peso de la tierra que nos sepulta:

todo aquí, en esta búsqueda que no sabe que busca,

en esta escalera hacia el abismo.

Todo está aquí, ahora.

Todo está en el vacío insalvable

que existe entre los creyentes, arrodillados, y el altar

y la cruz tan ajena donde un hombre nos regala su sangre

y nos invita a lamer las heridas y a amar a los clavos

y en donde los rezos son como un salto mortal,

como una ruleta rusa.

Todo está en las manos de un viejo árabe

que tocan la tierra como si abrazaran a la eternidad

o en las de un hombre ya muy remoto, mas sin embargo cercano,

que sostiene el corazón sangrante del sacrificio

como si fuera la primera de las estrellas.

Y todo está en mi cerebro que es como un murciélago

y en las tropas invasoras del tiempo

que me fusilan, a la hora pactada, cada noche, cada mañana.

Todo está en el febril rumor de las hormigas y de los hombres,

en los perros que libran su batalla con la noche.

Ese es el rincón que no hemos visto,

porque de verlo nos sacaríamos los ojos

y es la voz terrible que nunca habremos de escuchar

y de la que solo nos llega el eco.

III

Dios,

mar muerto, mas sin olas ni palabras,

abismo metafísico donde resuenan

plegarias tan antiguas que ya no significan nada,

¿Dónde estoy en tu plan de vida y muerte?

¿Cuándo me toca el turno de mover la pieza

en tu juego de ira y de rencor, de fuego y renacimiento?

Sabio vacío, cadáver cósmico,

mis pensamientos, mi sangre, quieren asirte

mas solo encuentro espinas, como signos de interrogación,

solo un valle de tumbas y elegías.

viernes, 23 de julio de 2010

Elmer Mendoza en El País



El escritor mexicano, de origen sinaloense, Elmer Mendoza, a quien no he leído aún pero quiero leerlo (aún), concede una entrevista al diario El País, de España. En dicha entrevista, el tema principal es el narco. El panorama que nos pinta el señor Mendoza me hace pensar que estamos, todos los mexicanos, viendo una repetición a escala de la historia de Robbin Hood, en donde una banda, o muchas bandas, de sujetos al margen de la ley hacen cosas que están mal pero que, como no son tan malas como las que hace el Rey, pues se comprenden y se justifican. Dice el señor Mendoza que “el Gobierno politizó el fenómeno del narcotráfico”. Bueno, claro, todos sabemos que antes de Calderón el narco no tenía nadita que ver con la política y, que va, ningún político era influenciado por los intereses de los narcos, pero claro que no.
Pablo Ordaz, el entrevistador, iba con la idea de que los narcos son criminales, pero de pronto Elmer Mendoza lo corrige de su incorregibles error. Ordaz pregunta que como percibe la gente en Sinaloa el acoso de los capos, y Mendoza responde, como si fuera algo obvio, que “el acoso que percibe la gente es el de los militares. El Ejército significa violaciones, significa asesinatos. En mi tierra empezó la guerra el día que los militares mataron a una familia completa”. Después de esta revelación, Ordaz habrá sacado en conclusión que los grupos criminales se dedican más bien a las obras caritativas y que son más parecidos a los Rotarios o a Caritas que ha las mafias italianas y esas cosas.
Ordaz ya no sabe de que tema está hablando y piensa haberse equivocado de entrevistado, pero, aún así, le comenta a Mendoza que el gobierno actual (y no solo el gobierno, sino un buen número de conocedores del tema) ha dicho que, de no haber comenzado esta ofensiva, el narco habría elegido al próximo Presidente, a lo cual Mendoza responde con otra revelación, utilizando de nuevo su tono de “es obvio que no sabes un carajo del tema”: “ Es una postura equivocada. Hay rumores de que el narco siempre ha tenido que ver con la elección del presidente. Que hace mucho que está poniendo presidentes”. Si hay “rumores”, no pruebas, entonces podremos concluir que el comentario de Mendoza es un rumor derivado de otros rumores, es decir, un doble rumor, o bien, una paparruchada.
Con todo, aún lo quiero leer. Dicen, hay rumores, de que sus novelas sí son buenas.

lunes, 19 de julio de 2010

De aquí a seis años



Tardíamente, escribo sobre el triunfo del PRI a la gubernatura de Chihuahua. Debo reconocer, para comenzar, que me ha sorprendido bastante la ventaja que Cesar Duarte le ha sacado a su principal rival, Carlos Borruel: pensé, equivocadamente, que, dadas las circunstancias actuales de nuestro Estado, la mayoría de la gente saldría a votar. No pensé que el principal protagonista de estas recientes elecciones fuera la apatía, el desánimo, la actitud de “me vale madres quien gane porque todos son igualitos” y esas cosas. Pensé, o tenía la esperanza, de que la mayoría saldría a votar debido, precisamente, a la crisis de seguridad y económica que estamos viviendo, que estamos padeciendo. No fue así y terminó votando, promedio, un 35 por ciento del padrón, con la excepción de algunos y contados municipios (curiosamente, en los de la Sierra Tarahumara hubo buena votación, proporcionalmente, claro). Conecto las dos cosas (el triunfo del PRI y la bajísima votación) porque yo no quería que ganara Duarte y se sabe, por historia, que al PRI nunca se le ha ganado con bajas votaciones. En esos casos, su histórico “voto duro” lo impulsa y le da el triunfo. Una votación baja, pues, siempre es buena noticia para el PRI.
No creo que Cesar Duarte sea una mala persona y me parece que ganó el que hizo una mejor campaña o al menos el que hizo más campaña. Además de hacer la campaña necesaria, el PRI sacó partido de los errores del PAN. Por ejemplo: a nivel municipal, al menos en Cuauhtémoc y en Chihuahua, el PAN se equivoca garrafalmente, al menos a mi me parece, en la elección de sus candidatos a alcaldes: en Chihuahua, Toño Valdez, que ya desde el nombre pierde puntos, no? En Cuauhtémoc estaba Gustavo Prieto, un sujeto más o menos conocido por estos rumbos pero que realizó una campaña bastante curiosa: básicamente, su campaña fue no hacer campaña. Actualmente, resido en Cuauhtémoc y nunca escuché una sola entrevista de Prieto o algún spot televisivo o, ni siquiera, un mitin en la plaza o en cualquier otra parte. Simplemente, no hubo campaña, ergo, ganó el PRI, con una ventaja histórica a nivel municipal, por cierto.
Ganó el que hizo mejor campaña, no necesariamente el mejor. Es una lastima que el abstencionismo haya sido tan elevado porque, sencillamente, era bien importante quien ganara: si no sucede algo, si no hay un gobierno estatal verdaderamente comprometido con acabar con la delincuencia y con hacerse cada vez más eficiente y transparente, Chihuahua va a terminar muy mal. Es una lastima, pues, que haya ganado Cesar Duarte, porque, al menos a mi, nada me indica que Duarte vaya a hacer las cosas de modo distinto a como las ha hecho Reyes Baeza. Es la misma gente, por tanto es más de lo mismo: todo lo que pasa es culpa del gobierno federal y, por tanto, yo no puedo hacer nada y solo me entretengo pidiendo cada vez mayores recursos.
Yo creo que todos esperamos que Cesar Duarte trabaje bien y que tenga buenos resultados, todos queremos que le vaya bien porque, sencillamente, todos estamos en el mismo barco. Nadie, por más poder que tenga, está a salvo hoy en día. Pero, sinceramente, soy bastante pesimista en cuanto a los resultados que Duarte pueda entregar.
Espero estar bien equivocado y que la realidad me contradiga.

sábado, 29 de mayo de 2010

El mártir San Gregorio


Y luego que ni el Gobierno Federal les ayuda para que se crean, ellos mismos y ellos solamente, el cuento chino de que panistas y perredistas pueden convivir sanamente, sin intentar sacarse los ojos con el mismo bolígrafo con el que han firmado sus acuerdos. Justo en el momento en que Cesar Nava, presidente del PAN a nivel nacional, está apostando muchísimo poder y credibilidad política en esas laberínticas alianzas con el perredismo de Jesús Ortega, carajo, justo cuando al mismo Jesús “El Choloscuincle” Ortega, presidente nacional del PRD o al menos de una de sus innumerables facciones, ya no le sabe tan mal la boca cuando dice que cree firmemente en dichas alianzas y que no hay ninguna contradicción entre los insultos e improperios de hace apenas un año y estas nuevas amistades, viene la PGR, haciéndose la mala, y detienen a San Gregorio Sánchez, mejor conocido con un simpático y campechano “Greg” y candidato a la gubernatura de Quintana Roo por el PRD.

Pero pues yo no entiendo a nadie. Greg es un político relativamente joven y bien posicionado en cuestión de popularidad en Quintana Roo y además, y esto siempre cuenta aunque muchos no lo crean, tiene una esposa guapa y cubana, de nombre exótico: Niurka Sáliva. Antes de ser candidato a gobernador, se desempeñaba como presidente municipal de Benito Juárez, municipio en donde se sitúa, nada menos, Cancún y su minita de oro, constante y sonante, del turismo. Yo recuerdo que lo escuché, hará unos siete u ocho meses, en una entrevista que le hizo Fernanda Familiar en su programa “Que tal, Fernanda” de Radio Imagen, donde el dichoso Greg se desató de lo lindo y no paraba de elogiar a Cancún y a sus maravillosas playas y todo eso, haciendo reír bastante a la Familiar y con un tono de voz jovial y enérgico, que no se parece en nada, hay que decirlo, a su cara. Me cayó bien, pues. Y ahora resulta que el mismo sujeto está implicado en bastantes actividades delictivas, principalmente como colaborador de los cárteles de los Beltrán Leyva y de los Zetas e, incluso, que podría estar involucrado en el asesinato, ocurrido el 3 de febrero del 2009, del General Mauro Enrique Tello Quiñones, considerado, hasta el día de hoy, el militar de mayor rango asesinado durante este sexenio o, al menos, durante la llamada guerra en contra del narcotráfico (el General fue salvajemente torturado y después le pegaron un tiro de gracia). Esto ocurrió cuando Greg ejercía como presidente municipal y, según entiendo, la totalidad de sus más cercanos colaboradores en el tema de la seguridad fueron detenidos, aún lo están, por implicaciones con dicha ejecución. Greg ha sido llamado a declarar ya en varias ocasiones y, como había sobrados motivos para que el PRD lo lanzara como candidato a gobernador (popularidad, carisma, etcétera), la PGR le avisó al partido del sol azteca, desde enero, que se estaba integrando una averiguación previa en contra de Greg. Aún así, el PRD se puso necio y lo lanzó y dicha averiguación previa ya está integrada y hace unos días, ha resultado que Greg ha sido detenido.

Según entiendo, hay bastantes posibilidades de que Greg, en efecto, no sea una blanca palomita. Desde el inicio de su carrera política ha estado en medio de sospechas por enriquecimiento ilícito, por la cuestión de que en diez años pasó de no tener mucho a ser un “próspero empresario”, según palabras de Miguel Angel Granados Chapa en esta entrevista, en el programa de Carmen Aristegui. Además, al menos según la PGR, existen algunos “testigos protegidos” que hablan de la colaboración de Greg con los cárteles más arriba mencionados.

A pesar de ello, México es un país con un pasado que nos ha hecho bastante perspicaces en lo que se refiere a la utilización de la justicia en tiempos electorales y, de hecho, en todo tiempo. Así, el PRD ya declara que hay tintes políticos en esta detención, aún cuando, desde enero, tuvieron conocimiento de que la Procuraduría tenía en la mira a Greg, por razones que, siendo sinceros, no podemos considerar despreciables.

Caray, estas cosas sí que pueden romper amistades, aún cuando lo que esté en juego sean varios estados de la República.