viernes, 20 de agosto de 2010

La actualización del sistema / La Revolución Mexicana, de Jean Meyer

La Revolución Mexicana, por Jean Meyer.
Editorial Tusquets, 3a Edición, mayo 2009
Traducción de Héctor Pérez-Rincón G.


La historia de la Revolución Mexicana es un compendio de traiciones. Al menos, esa ha sido mi muy particular lectura de este libro de Jean Meyer, en donde el autor de origen francés nos explica, nos describe, a grandísimos rasgos, cuarenta años de la historia mexicana, de 1900 a 1940, etapa toda que él considera como revolucionaria.

Y es que, en efecto, la Revolución, así con mayúscula, no reside solamente en los fusiles de los zapatistas ni en los temibles jinetes de la División del Norte, sino en las palabras, palabras políticas, de muchos hombres y mujeres. La Revolución, más que un confuso, intrincado movimiento armado, fue, más bien, un movimiento político. La cuestión militar fue solamente la consecuencia de dicha política, pero no su negación.

La Revolución, la que se lee en el libro de Meyer, está incluso dentro del porfirísmo, cuando aún el viejo león estaba sentado en la silla presidencial. Meyer hace un excelente análisis de la situación del país en esos años, de 1900 a 1910, análisis que se basa en los números, en la cifras exactas que nos hacen comprender que Porfirio Díaz sabía que su gobierno llegaba a su final pero que no quería reconocerlo, que no veía en nadie la dignidad para sucederlo. En esos años, ya está Madero, quien, curiosamente, comienza la Revolución, la inicia, con un libro: este hecho en un país casi completamente analfabeta ya es algo notable.

Luego, vendrá la lucha. Los años, las hambrunas, las batallas de las que nos hablan los corridos y, todavía, algunos hombres y mujeres que lo vivieron. Los tiempos heroicos. Primero, con el levantamiento de Madero en contra de don Porfirio, lo que se considera la primera etapa de la Revolución armada. La más suave. El gobierno de don Porfirio se derrumba casi con facilidad: era una vieja estructura sin cimientos ni fuerza para defenderse. La estrella de Madero se eleva, pero será una estrella fugaz. Victoriano Huerta lo mata, y entonces sí, la segunda etapa de la Revolución comienza, la etapa de las grandes movilizaciones humanas, la etapa de las más grandes batallas, la etapa de la crueldad. Los nombres de Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Obregón en Sonora, resuenan por todo el país igual al sonido de las balas. Cuando triunfa Carranza, cuando triunfa la Revolución, los revolucionarios que ganaron comienzan a matar a los revolucionarios que no alcanzaron a llegar. Matan a Villa y a Zapata y a tantos otros.

Triunfan los revolucionarios (al menos la facción de Carranza), pero pierde la Revolución. Los 25 años siguientes, narrados por Meyer, son la historia de la traición. La institucionalización de la corrupción. El nacimiento del Sistema. Y entonces, la Revolución que se hizo para desterrar a Porfirio Díaz y a su régimen basado en el servilismo y la obediencia, se sirve de los mismos instrumentos para perpetuarse en el poder: lo que antes eran las haciendas (en exceso satanizadas por los que vendrían después) ahora son los caciques, los sindicatos aliados completamente al gobierno, y un largo etcétera.

La revolución pierde cuando gana. Y pierde cuando gana porque se basaba en un principio falso: su capital humano. Se pensaba, se esperaba (después se vio que esa primicia era falsa), que los que vendrían serían mejores que los que estaban, que Carranza y Obregón y Plutarco Elías Calles, todos ellos revolucionarios, serían más nobles, más honestos que don Porfirio Díaz y su gabinete de ancianos. No lo fueron y, en muchos sentidos, incluso los superaron en lo que se refiere a corrupción, a violencia, a cinismo.

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