viernes, 26 de junio de 2009

Breve autocrítica


Ahora que está de moda la anulación del voto, ahora que una buena parte de los que están apadronados piensan haber descubierto la panacea en contra de la desidia, corrupción y falta de madre de nuestros diputados, senadores, gobernadores, presidentes municipales, etc etc etc, estaría bueno aventarnos un clavado introspectivo y mirar nuestros propios defectos. Una autocrítica que puede resultarnos incluso divertida, si tenemos el suficiente sentido del humor. Si no lo tenemos y nos es entonces dolorosa, pues tanto mejor que se haga.
Aquí va la mía:


Autocrítica del ciudadano Alexandro Islas García (lo más publicable que se pueda, jaja):

1.- He sido un pésimo estudiante. Perezoso (sinónimo demasiado cándido de huevón), impuntual (esto lo comparto con el 95 % de los mexicanos, los restantes son descendientes de alemanes o de suizos), irrespetuoso (recuerdo una maestra que llegó hasta las lágrimas, en un especie de ataque de nervios, ante mi impávida mueca de “me vale madre todo”), tramposo, pintero, desidioso, aplatanado y un etcétera vergonzosamente largo.

2.- No cuido de mi salud. A pesar de que sufro de una intensa alergia, sigo fumando cual locomotora (las cuales no fuman, ya sé, pero es una bonita metáfora). El número de mis borracheras es demasiado elevado en proporción a mi aún no demasiado elevada edad (22). El ejercicio físico es para mí lo que la tolerancia para López Obrador: una ausencia dolorosa.

3.- Situación como ejemplo: voy en un camión urbano y, delante de mí, una viejecita de aspecto humilde lleva una bolsa. Se levanta y baja y yo noto que ha olvidado su bolsa, la cual aún le puedo alcanzar. Desde mi lugar, puedo ver que hay una sustanciosa cantidad de dinero dentro del objeto del deseo. Estas serían mis reacciones, siendo sinceros: primero, ver a la viejecita con cara de “hey, hey, se te olvidó tu bolsa, recógela”; después, sentiría una intensa pulsada de placer en el estómago al imaginar todo lo que puedo hacer con ese dinero; voltearía a ver a todas partes y (caray, debo ser sincero) recogería la bolsa si pudiera. Al bajarme del camión con el dinero ajeno, sentiría remordimiento, quizá buscaría una identificación en la bolsa: después, se me pasaría.

Creo que está bien para empezar. Además, de seguir corro el riesgo de resultar insoportable a mí mismo. Mi breve autocrítica es una manera de decir que, como dice un dicho muy sabio, los pueblos tienen el gobierno que, de alguna manera, se merecen.
Dos cosas acerca de ello: es cierto que nuestros políticos no son lo que quisiéramos, pero, ¿nosotros, como pueblo y en términos generales, poseemos las características que deseamos en nuestros políticos? ¿Somos honestos, responsables, creativos, innovadores, aventados y ordenados? La otra cosa: no es cierto que todos los políticos son la misma gata nomás que revolcada, eso, a mi modo de ver, es una simplificación y, en cierto modo, una injusticia para aquellos que si quieren hacer bien las cosas. Las hay en todos los partidos, solo es cosa de no dejarse llevar por la apatía y fijarse muy bien en los detalles. No quiero decir a los que yo considero, puesto que todos son del PAN y temo ser juzgado de mojigato y esas cosas tan feas.

domingo, 21 de junio de 2009

Libertad e Internet


Es ya conocido que en Irán hubo elecciones presidenciales. El actual presidente, Mahmud Ahmadineyad, quien posee un peculiar talento para insultar a los Estados Unidos, Israel, etc, se ha reelegido y muchos, principalmente jóvenes (más de la mitad de la población en Irán tiene menos de 30 años) consideran que se ha llevado a cabo un fraude de importantes dimensiones. El mismo gobierno iraní acaba de reconocer que, en efecto, existen indicios de irregularidades que podrían haber afectado de manera importante el resultado final. Yo no soy un experto en el tema de Irán, sin embargo podría meter las manos al fuego (bueno, exageré, cierto, pero se entiende lo que quiero decir) asegurando que, en efecto, fraude hubo, dado el talante dictatorial, antidemocrático y todas las demás cosas malas que se les ocurra de Ahmadineyad. Ha habido muchas protestas y han muerto un numero incierto de protestantes (de los que protestan, no de los que van de casa en casa predicando).
El caso de la entrada es este: como los periodistas, nacionales e internacionales, han tenido grandes dificultades al momento de informarle al mundo lo que pasa en esa convulsa nación musulmana, los mismos ciudadanos han iniciado una carrera de periodistas independientes utilizando medios como el Twitter (cosa desconocida en absoluto para mí, pero que me dicen que son “miniblogs” en donde los textos tienen un máximo de 140 caracteres), Facebook, blogs de distintas plataformas, etc. Es decir, el Internet se ha convertido en el único medio independiente en esa región del mundo. Es la manera más eficiente de sacar la información de Irán y darla a conocer a quien quiera conocerla.
No es el único caso en donde Internet se convierte en un refugio para la libertad de expresión: se puede ver prácticamente en todo el mundo. Casos como el de Cuba o el de China son fáciles a la memoria. A fin de cuentas, Internet es información, la misma que es extremadamente difícil de controlar o de censurar. Un caso me llama la atención: hace algunos meses, el Gobierno de la muy poderosa y enriquecedora China obligó a Google a censurar, solo en territorio chino, ciertas páginas (principalmente periodísticas, blogs, etc) en donde se critica al Gobierno. Google cedió.
Creo que Internet puede servir como un espacio de total libertad de expresión, siempre y cuando aquellos que, de algún modo, dominan en el territorio de Internet no se vendan a los poderes económicos, como en el caso de Google. Mientras tanto, en Irán sigue, y al parecer seguirá siendo, el único medio de preservar algo de luz en esa nación que, poco a poco, se está llenando de sombras.

sábado, 20 de junio de 2009

Sin escudos



Ocurrió hace tres días. Por un asunto laboral, iba yo caminando por una calle bastante céntrica de Cuauhtémoc, entre carros y la suficiente gente como para pensarse a salvo. Tendemos a pensar que las multitudes son un escudo infalible en contra de la violencia: nos sentimos protegidos y pensamos que, en caso de peligro, la gente actuará en nuestra defensa, unida, solidaria.
Pasé enfrente de una casa de música, la cual se encuentra en una esquina. Varios metros más adelante, pero en la misma cuadra, caminaban unos sujetos de aspecto bastante amenazador, en dirección a mí. Más que el aspecto, lo amenazador en dichos sujetos estaba en su actitud: era notorio que no se traían nada bueno entre manos: caminaban apresurados, mirando a todas partes y con aire ofensivo, como a punto de pelear. Eran cuatro. Los cuatro me pasaron y siguieron hasta la casa de música. Yo, advirtiendo que pasaría algo, me quede quieto, mirando y en algún momento pensé que asaltarían el establecimiento. Cuál sería mi sorpresa al verlos salir de la casa de música sometiendo a el que, supongo, sería el dueño del local. Uno de los hombres lo tenía agarrado del pelo, de la nuca: el pobre no veía más que el suelo y sentía que lo empujaban. Inmediatamente, una camioneta que se había acercado lentamente frenó, subieron a la víctima, subieron ellos como pudieron y se arrancaron. Así de fácil.
Me quedé un momento sorprendido. Habían “levantado” a un hombre a plena luz del día, en medio de bastantes personas. Nadie hiso nada y el mundo siguió su marcha normal. Yo también me uní al mecanismo y continué caminando, como si nada hubiera pasado. Pero había pasado.

lunes, 15 de junio de 2009

La secta de los anulistas


Acostumbro leer las noticias cada mañana, desde hace ya un cierto tiempo. Lo hago porque creo que el mundo es una unidad, en donde no podemos estar aislados, de manera apática, ante lo que pasa en un lejano país del Medio Oriente, en un Estado vecino o en nuestra misma ciudad. Sin embargo, últimamente tengo la sensación de estar leyendo noticias de otro planeta: el planeta de los políticos. Un planeta que, en ocasiones, se nos presente como ajeno, extraño a nuestra realidad.
Pareciera que la democracia se queda sin aliento: un golpe traidor, directo al estómago, la ha dejado sin aire y le es imposible expresar algo. Los partidos políticos, que, nos guste o no, constituyen un elemento sumamente importante para cualquier nación, parecen habitar una isla demasiado alejada de nuestras tierras. Actúan según sus propias reglas, se ponen de acuerdo en lo que se les da la gana y parecen no tener límites cuando se trata de aumentar sueldos o de quitarle poderes al IFE y a la ciudadanía (es decir, yo, tu, nosotros) en tiempos electorales.
Por esas y muchas otras razones, un grupo de personas bien intencionadas (con sus inevitables excepciones) han comenzado una activa campaña a favor del voto nulo. Al leer las razones de los autoproclamados “analistas”, me doy cuenta de que tienen razón en su enojo, de que su protesta está justificada, pero también me da un poco de lástima todo ese tiempo, esa tinta y esa publicidad lanzadas a un vacío demasiado evidente como para ignorarlo.
Votar en blanco no soluciona ninguno de los problemas que los “analistas” alegan, solamente los profundizan: si el voto en blanco se impone, ganarán los corruptos que aprovechen la recta y le ofrezcan a la gente, en un país pobre, dinero a cambio de votos.