lunes, 15 de junio de 2009

La secta de los anulistas


Acostumbro leer las noticias cada mañana, desde hace ya un cierto tiempo. Lo hago porque creo que el mundo es una unidad, en donde no podemos estar aislados, de manera apática, ante lo que pasa en un lejano país del Medio Oriente, en un Estado vecino o en nuestra misma ciudad. Sin embargo, últimamente tengo la sensación de estar leyendo noticias de otro planeta: el planeta de los políticos. Un planeta que, en ocasiones, se nos presente como ajeno, extraño a nuestra realidad.
Pareciera que la democracia se queda sin aliento: un golpe traidor, directo al estómago, la ha dejado sin aire y le es imposible expresar algo. Los partidos políticos, que, nos guste o no, constituyen un elemento sumamente importante para cualquier nación, parecen habitar una isla demasiado alejada de nuestras tierras. Actúan según sus propias reglas, se ponen de acuerdo en lo que se les da la gana y parecen no tener límites cuando se trata de aumentar sueldos o de quitarle poderes al IFE y a la ciudadanía (es decir, yo, tu, nosotros) en tiempos electorales.
Por esas y muchas otras razones, un grupo de personas bien intencionadas (con sus inevitables excepciones) han comenzado una activa campaña a favor del voto nulo. Al leer las razones de los autoproclamados “analistas”, me doy cuenta de que tienen razón en su enojo, de que su protesta está justificada, pero también me da un poco de lástima todo ese tiempo, esa tinta y esa publicidad lanzadas a un vacío demasiado evidente como para ignorarlo.
Votar en blanco no soluciona ninguno de los problemas que los “analistas” alegan, solamente los profundizan: si el voto en blanco se impone, ganarán los corruptos que aprovechen la recta y le ofrezcan a la gente, en un país pobre, dinero a cambio de votos.

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