sábado, 24 de diciembre de 2011

Escrito desde una oficina

Las cosas van y vienen, e igual la gente. Hace unas noches (apenas unas cuantas noches), eran mujeres y hombres como sombras; muchachas con ojos de lince, con un gato oscuro y sigiloso en lugar de alma, que no podían (que no debían) hablar más que de esos volúmenes innumerables que habían leído o que leerían después, deslumbradas; muchachos que discurrían sobre el mundo y sus perplejidades a gritos, oliendo el humo y el vómito, y cuyo palacio eran cuatro paredes ruinosas y una mesa en el medio. Las cosas van y vienen y ahora los rostros no son los mismos, ni el paisaje. Estoy sentado frente a la computadora, escribiendo o fingiendo escribir: frente a mi, un ventanal y dentro del ventanal, la calle (el ventanal está colmado de calle) y dentro de la calle hay carros y gente y me llegan ruidos difusos, como si yo estuviera dentro de una pecera. Mi trabajo es la frugalidad de las cosas: la importancia de no tener nada.

martes, 20 de diciembre de 2011

Balbuceos

Ya no hay mucho espacio para el silencio. Y mucha gente piensa que el silencio es la nada, la incomunicación, el vacío. Pero no siempre es cierto. El vacío tiende a ser ruidoso, la nada tiende a ensordecer. Y mira que lo digo por algo…

Aquí el cielo se ve más amplio. Da vértigo. Como si uno se fuera a caer en el cielo.

Aquí la tierra está seca pero, si escarba uno un poco, si uno está dispuesto a ello, se pueden encontrar verdaderos ríos.