sábado, 17 de abril de 2010

Trilogía Millenium Namber Güan


En Suecia, una muchacha de solo dieciséis años desaparece, hace ya muchos años. Desaparece quiere decir que simplemente se esfuma: es como si se hubiese desintegrado del todo, como si un infantil dios decidiera, caprichosamente, eliminar a un ser humano de la faz de la tierra, borrarlo del registro del universo. No hay nadie que pueda explicar que ha pasado y esto se extiende por más de treinta años hasta que el patriarca de la poderosa familia a la cual pertenecía el fantasma, los Vanger, decide intentarlo una vez más y contrata a un desahuciado periodista para que, en el plazo de un año, descubra la verdad sobre la desaparición de la joven Harriet Vanger, devorada por la tierra.
A grandes rasgos, esa es la trama principal de la novela “Los hombres que no amaban a las mujeres”, del sueco Stieg Larsson. Viene a ser la primera parte de una trilogía, llamado Millennium, por la razón de que así se llama la revista para la cual trabaja el mencionado periodista-detective, de nombre poco pronunciable: Mikael Blomkvist.
Habiendo leído solo la primera parte, puedo decir que Larsson demuestra que la literatura es, más que nada, argumento y no necesariamente la trama. Según algún teórico de la literatura de nombre nórdico, la trama es la historia desde un punto de vista cronológico, es decir, simplemente lo que pasó, respetando el lugar que tuvieron, en el tiempo, los acontecimientos. El argumento, en cambio, es la forma en que el autor nos presenta los acontecimientos, ocultando ciertos detalles para mostrarlos después, cuando llegue el momento. Es el caso de esta novela: la clave está, quizá como todas las novelas de corte policiaco, en lo que no se nos dice, al menos, hasta que llega el momento adecuado de saberlo. Es un libro de enigmas que, felizmente, terminan aclarándose.
Esto en lo que concierne a la primera parte. Ya veremos en la segunda. Y la tercera. Esta muy recomendable y, además, lo pueden bajar de internet en esta dirección sin cargos de conciencia, ya que el autor ha muerto antes de ver el enorme éxito de su obra y los derechos están a nombre de unos familiares más bien un tanto cabrones que nunca se llevaron bien con el autor, al menos, hasta que les dio a ganar miles de dólares. Por cierto, se han hecho, si entiendo bien, un par de películas y está a punto de filmarse otra, esta vez en Hollywood, que, ya de entrada, se ven un tanto traicioneras y encaminadas, solamente, a otorgarles unos cuantos millones de dólares más a la abusona familia Larsson.

viernes, 2 de abril de 2010

La grandeza de la bajeza (sin albur)


El tema del post anterior no quedó, quizá, suficientemente expuesto, ya que se refería, más que nada, a la memoria. El tema era, o iba a ser, la tristeza como condición humana. El ser humano ha sido, es y seguirá siendo un ser que sufre; siente, como no, placer, felicidad, plenitud en algunos y atesorados momentos, pero estos instantes pueden compararse, fácilmente, con un oasis en medio del desierto. El placer está cercado por el dolor, y no al revés.
Lo vemos en muchas cosas, pero sin duda esta condición humana es estudiada, a fondo, en la literatura, la cual no podría existir sin el sufrimiento y la maldad humana, sin las miserias de nuestra especie. A mi me gustan mucho las novelas del peruano Mario Vargas Llosa y las leo y releo con un placer inacabable, pero hasta hace poco me he dado cuenta de algo bastante visible y que se me había escapado: prácticamente todos los personajes de las novelas de Mario son seres demacrados, terriblemente frustrados, llenos de rencores hacia el mundo, hacia sus semejantes y hacia sí mismos. Ciertamente, quien busque en las historias de Vargas Llosa un cómodo escape del mundo real, con sus terribles deficiencias e injusticias, no quedará muy satisfecho con esas páginas que nos hablan del miedo y la impotencia que, muchas veces, sentimos los humanos ante aquello que hemos creado.
Esto se repite desde el principio: sin el dolor humano no habrían existido, tal como las conocemos, historias maravillosas como La Odisea, el Quijote o cualquiera de los libros que ustedes consideren como clásicos. La literatura, la buena, es una especie de estudio, milenario y vastísimo, sobre el sufrimiento y sus ocasionales treguas.
Aún así, cuando releo la gris y compleja historia de Zavalita, al que podríamos considerar como el personaje principal de Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, cuando leo sobre su profunda incapacidad para perdonar a su padre, sobre la frustración que siente al recordar aquello que pudo y no supo lograr, sobre su amargura ante lo que no puede saber, puedo ver que uno de los grandes logros de eso que llamamos (no sin cierta imprecisión) literatura, es hacer que observemos la grandeza del ser humano, su complejidad, a través de lo más bajo que hay en él.