viernes, 2 de abril de 2010

La grandeza de la bajeza (sin albur)


El tema del post anterior no quedó, quizá, suficientemente expuesto, ya que se refería, más que nada, a la memoria. El tema era, o iba a ser, la tristeza como condición humana. El ser humano ha sido, es y seguirá siendo un ser que sufre; siente, como no, placer, felicidad, plenitud en algunos y atesorados momentos, pero estos instantes pueden compararse, fácilmente, con un oasis en medio del desierto. El placer está cercado por el dolor, y no al revés.
Lo vemos en muchas cosas, pero sin duda esta condición humana es estudiada, a fondo, en la literatura, la cual no podría existir sin el sufrimiento y la maldad humana, sin las miserias de nuestra especie. A mi me gustan mucho las novelas del peruano Mario Vargas Llosa y las leo y releo con un placer inacabable, pero hasta hace poco me he dado cuenta de algo bastante visible y que se me había escapado: prácticamente todos los personajes de las novelas de Mario son seres demacrados, terriblemente frustrados, llenos de rencores hacia el mundo, hacia sus semejantes y hacia sí mismos. Ciertamente, quien busque en las historias de Vargas Llosa un cómodo escape del mundo real, con sus terribles deficiencias e injusticias, no quedará muy satisfecho con esas páginas que nos hablan del miedo y la impotencia que, muchas veces, sentimos los humanos ante aquello que hemos creado.
Esto se repite desde el principio: sin el dolor humano no habrían existido, tal como las conocemos, historias maravillosas como La Odisea, el Quijote o cualquiera de los libros que ustedes consideren como clásicos. La literatura, la buena, es una especie de estudio, milenario y vastísimo, sobre el sufrimiento y sus ocasionales treguas.
Aún así, cuando releo la gris y compleja historia de Zavalita, al que podríamos considerar como el personaje principal de Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, cuando leo sobre su profunda incapacidad para perdonar a su padre, sobre la frustración que siente al recordar aquello que pudo y no supo lograr, sobre su amargura ante lo que no puede saber, puedo ver que uno de los grandes logros de eso que llamamos (no sin cierta imprecisión) literatura, es hacer que observemos la grandeza del ser humano, su complejidad, a través de lo más bajo que hay en él.

2 comentarios:

Olehonga dijo...

cierto mi alex muy cierto, ¿quién quiere leer sobre alegrías pasajeras siendo que cuando se les recuerda se les extraña? perrrrrrro Gandhi como otros demostró su coraje, valor y amor al hombre por medio del sufrimiento del hambre, y mira que dejar de comer chocolates es casi suicidio jajajaja

Alexandro dijo...

Ha, pues si nadie duda que el dolor puede ser didáctico. Pero es que ese Gandhi, dejando de comer chocolates.. eso simplemente no es vida, carajo ¡¡¡¡