domingo, 27 de febrero de 2011

De la moda, lo que te acomoda


Ahora andan diciendo que los blogs ya han pasado de moda. Que Facebook, que Twitter y no sé qué tantas cosas. Yo espero que todo esto no sea cierto, que sólo sean avisos de tontos. Porque, bueno, las “redes sociales” están muy bien, crecen cada día más y todo lo que se quiera. Sirven para lo que sirven, y lo hacen bien. Pero no veo en ellas el nivel de reflexión que he encontrado en muchos blogs que sigo y visito comúnmente. No veo en esas tecnologías la creatividad y el deseo de expresarse que encuentro en los blogs, sencillamente porque su mismo formato no lo permite. Sirven para otra cosa. Y lo hacen bien.

Yo veo en los blogs, en algunos, lo mejor del internet. Y no, no creo que se trate del “nuevo periodismo” o alguna cosa por el estilo: yo no soy, ni de cerca, un periodista y no intento serlo, y yo creo que pocos tratan de serlo. Pero es algo aún más útil: se trata de expresiones poéticas, filosóficas y personales que, antes, se quedaban en silencio y que ahora las encontramos por todas partes. Me dirán algunos que soy un superficial, pero en algunos blogs he encontrado excelentes poemas, textos que me han hecho vibrar y que, sin un blog, su autor no habría podido dármelo a conocer, a mí y a todo aquél que tenga la suerte de cruzar por dicha bitácora.

Muchos periodistas profesionales han optado por meterse en esto de los blogs, también. Y hay una cosa que me parece de especial valor: aquéllos que no son periodistas profesionales, que no se dedican a eso, pero que informan de las cosas que ven, de lo que les pasa todos los días, y que valen mucho para darse una idea de qué sucede realmente en ciertos lugares del mundo. No es lo mismo, pues, un trabajo periodístico sobre el régimen cubano, por ejemplo, a leer las excelentes anécdotas de Yoani Sánchez en Generación Y, que vive y sobrevive en dicho país. No es lo mismo lo que nos cuentan los medios sobre Juárez a lo que nos cuentan los blogs de los juarenses: mayor cercanía, mayor realidad, mayor cotidianeidad.

En fin, que espero que sean sólo avisos de tontos. Porque esto, creo, no es una moda.

jueves, 24 de febrero de 2011

Desautomatización

Hubo un ruso, así es, lo hubo, que se llamó Shklovski (si, así se llamaba). Es de conocimiento general que a los rusos les gusta eso de ponerse nombres que les traben la lengua a los demás habitantes del planeta, menos a los ucranianos, que tienen la misma costumbre. El caso es que a este ruso le gustaba mucho leer y entonces se convirtió en uno de los principales teóricos de una escuela de crítica literaria llamada “formalismo”, cuyos detalles no importan para el buen desarrollo de la presente entrada.

Entre las muchas cosas que dijo y escribió, está el concepto de “desautomatización”. El decía que la realidad hace que percibamos las cosas de modo “automático”, es decir, mecánico. Vemos tantas veces nuestra casa, por ejemplo, que ya no la vemos en realidad, porque ya no tenemos una verdadera conciencia de dicho objeto, es decir, la casa. Hablamos tanto, y, necesariamente, todos los días, que las palabras ya “no nos saben”, de tanto decirlas. La literatura, decía el sabio ruso, “desautomatizaba” la realidad, haciendo que notáramos al mundo. Haciéndonos ver al mundo como si fuera la primera vez que lo viéramos: renovando al mundo y al lenguaje.

Un poema, por ejemplo, utiliza, más o menos, las mismas palabras que utilizamos todos los días para hablar con nuestros amigos y enemigos. Pero logra que las notemos, que las disfrutemos, como si nunca las hubiéramos escuchado. Las “desautomatiza”, pues. Las renueva, una y otra vez.

Tenía razón… el ruso. Todos los días salimos a la calle, todos los días vemos gente, todos los días comemos (espero, pues), todos los días vemos el cielo, la ciudad, los perros de la calle, los gatos, los árboles. Todos los días decimos “mucho gusto”, “que te vaya bien”, “nos vemos luego”. Estrechamos manos, abrazamos. Todos los días tomamos agua. Y, de pronto, esos actos son como si no existieran, porque ya no tenemos conciencia de los mismos. El “gusto en verte” ya no significa nada, ya es sólo un formalismo sin peso. No notamos la frescura, el milagro cotidiano, del agua pasando por nuestra garganta, limpiando nuestro cuerpo. No vemos las aves, no buscamos formas en las nubes. En nuestro entendible deseo de ser prácticos, rápidos, eficientes (hay que serlo, por supuesto), se nos puede olvidar ver el mundo, disfrutarlo en su sencillez, en su inmediatez.

Hay que desautomatizar nuestra percepción.

Ahora, Libia

En efecto, la cosa no paró en Egipto. Los árabes están por conquistar otra victoria: la caída de Gadafi, en el poder desde 1969. Esta vez les ha costado mucha sangre, pues los han reprimido con crueldad. Pero lo van a lograr. Sencillamente, admirable.

martes, 22 de febrero de 2011

¡¡¡ Hay, pero como sufro !!!


Todo el mundo (yo, en primer lugar) critica, descalifica, habla pestes sobre tal o cual partido, sobre tal o cual político. Nos quejamos todo el tiempo. Parece que es nuestro único rasgo común, aquí en México: quejarnos ante todo, lamentarnos de nuestra suerte, sentirnos miserables porque el mundo no nos comprende, porque los gobiernos son un nido de ratas, porque la Facultad es mediocre, porque no nos gusta nuestro empleo, porque nuestro jefe nos trata mal. Maldita escuela inútil, malditos políticos ladrones, malditos empresarios abusones, malditos y cabrones policías, maldita ciudad tan sucia, maldita economía jodida, malditos gringos racistas, maldita tarea aburrida, maldito trabajo mal pagado, maldita religión…

Etcétera hasta el infinito y multiplicado por más de cien millones de mexicanos.

Dos cosas: no parece que nos demos cuenta de la suerte que tenemos de vivir en este país. Si no me creen, sólo pregúntenle a los cubanos, a los haitianos o a los somalíes. Yo creo que ellos me van a dar la razón. No nos damos cuenta de eso. No nos damos cuenta de la suerte que tenemos de poder estudiar, de lo que eso significa. De la suerte y el privilegio de poder votar, de tener opciones. De la suerte de que, a pesar de Hacienda, sigan existiendo empresarios y por tanto empleos en México. De la suerte de tener una economía que, mal que bien, respeta al mercado y no está en una crisis total, en quiebra, vaya. De la suerte inmensa de tener trabajo, incluso si no es aquel que deseas.

Ahora bien, la cosa esta difícil, eso ni como dudarlo. Pero, ¿no nos gusta nuestro país? Pues habría que moverse, habría que quitarnos la flojera y, en serio, dejar de quejarnos. Habría que empezar por salir a votar y, después, por organizarnos, como ciudadanos, y salir a la calle si aquello que nos prometieron no se ha cumplido. Y demandar, y exigir, pero como personas informadas, críticas de a de veras, conocedoras. Habría que leer, caray: habría que valorar la información. Tendríamos que negarnos, de manera decidida, alzando la voz, a ser utilizados en campañas electorales como si fuéramos borregos, tendríamos que negarnos a jugar ese papel de pueblo bueno y resignado y necesitado que tanto pregonan los políticos y, todo lo contrario, tomar al toro por los cuernos y hacer valer nuestra voz, nuestros intereses, nuestro punto de vista. Por las buenas o, en su defecto, por las malas.

Habría que dejar de hablar (o de escribir quejas y lamentos en blogs, por ejemplo) y comenzar a actuar. Comenzar a tomar el control de nuestro país, de nuestras vidas, y darle la dirección que queramos.

sábado, 19 de febrero de 2011

Dialogo


Tienes tantas arrugas en la cara. Tan hondas. Profundas. Más que arrugas parecieran heridas, cicatrices. Como si el tiempo tuviera en su mano imposible una navaja llena de tu sangre.

-Siempre hemos sido los mismos- me dices –El mundo cambia, Alexandro, pero nosotros no-

Te quedas callado. Tus frases son cortas, definitivas. La seguridad de tus palabras no es la del fanático, sino la del desengañado. Una certeza amarga rodea todo lo que dices.

-No somos nada sino esa lucha contra el tiempo- dices, -esa lucha, a fin de cuentas, contra nosotros mismos-

Te comento, absurdamente, las últimas noticias. Me siento un poco tonto y mis palabras pierden fuerza. “Asesinatos, degollados, muerte por doquier”.

-Déjate de tonterías. ¿Qué crees que hacíamos yo y los demás guerreros con los españoles que apresábamos? ¿Qué crees que hacían ellos con nosotros? ¿Conversar, acaso? ¿Tratar de entender lo que decíamos en aquél idioma que ya no recuerdo, que probablemente ya no existe? No. Nos matábamos, nos degollábamos, la muerte estaba por todas partes y, como vez, nunca se ha ido.

Me distraigo. Trato de imaginar tu rostro de joven. Serías bello, cobrizo y salvaje. ¿Qué cosas recordarás, aún, de las selvas vírgenes, de las ciudades de piedra de los dioses? Escupes, gruñes algo y tus ojos me ven: muertos, cansados, llenos de hastío. “Pero nunca como hoy, le digo, nunca este sinsentido”.

Me interrumpes:

-Y dale con lo mismo. Pero si esto siempre ha sido un sinsentido. Generales llegando al gobierno, esa tierra de nadie, para descubrir que no podían gobernarse ni a ellos mismos, y sucumbir ante el más tonto de los golpes militares. Llegó después un huracán que ahora le dicen revolución y todo se fue a la mierda, de nuevo. A mí me agarró la violencia, como a todos, me sujetó bien fuerte de los brazos y las piernas y ahí me vez, a caballo, gritando consignas imbéciles y siguiendo, empoderando, a los mismos canallas de toda la vida. Nunca se traicionó eso que llaman la revolución, nunca se corrompió porque, sencillamente, nunca fue pura. Fue una locura desde el inicio. Así que no me vengas con nostalgias, porque nuestro presente es un episodio más del mismo tema que nos ha consumido: la violencia.

Y, otra vez, te encierras en ti mismo. Como siempre. ¿Por qué nunca hablas sinceramente? ¿Por qué no dejas que te confronte y, juntos, quizás, aclarar tus viejas dudas, tus culpas centenarias, tus inútiles remordimientos?

Entiendo que de este silencio no saldrás en un buen tiempo, así que me voy sin despedirme. Y las calles que camino antes de entrar en mi casa son oscuras, intrincadas y borrosas, iguales a tus palabras que, en realidad, son máscaras.

lunes, 14 de febrero de 2011

Lejanos libertarios


Esta foto, de fecha que desconozco, muestra a una mujer en Irán a punto de ser lapidada por faltas a la moral. Momentos después de ser fotografiada, sobre esta mujer cayeron las rocas (pequeñas, para que no la maten tan rápido, pero lo suficientemente grandes como para que le abran la piel, la carne).

Esto sucedió en Irán, pero hoy el Medio Oriente pareciera ser uno solo, una gran unidad (aún cuando esto sea sólo un espejismo, pues pocas zonas del mundo son tan variadas y complejas). La razón de esto son las protestas (pacíficas, civiles, apasionadas, ejemplares) en las calles del Cairo y, después, la caída del dictador, Hosni Mubarak. Antes, había sucedido lo mismo en Túnez y esto parece extenderse, cada vez más. Los egipcios me han callado: escéptico, pensé que sucedería lo de hace unos meses en Irán, es decir, que el gobierno dejaría que la protesta se fatigase, que los manifestantes se cansaran de esperar sin respuesta a la vista y que, acosados por la policía y por el hambre, retornaran, vencidos, a sus casas, al menos consolados por el hecho de haberlo intentado. Pero no fue así. A pesar de que Mubarak no parecía estar dando su brazo a torcer, no se movieron. Aún cuando el Ejército (que ha estado del lado, más que nada, de los civiles y que muy pronto declaró que no dispararía en contra de éstos por ningún motivo) les dijera, altavoz en mano, que se fueran a sus casas, que ya habían hecho suficiente, no se movieron. A pesar de la crisis económica que, seguramente, se sentía en la boca del estómago, a pesar del trabajo no trabajado y de las aulas escolares vacías, no se movieron. A pesar del temor, lejano pero siempre, yo creo, en el aire, de que el Ejército decidiera cambiar de opinión y emplear la fuerza, no se movieron. Y, de pronto, se anuncia. Mubarak, el dictador, después de 30 años de estar al frente, se retira. Cede el poder. Creo que a nadie con un mínimo de sentido cívico le es difícil imaginar la enorme emoción que han de haber sentido los egipcios cuando, esa noche, se dieron cuenta de que, con valentía y decisión, habían cambiado a su país. Que ellos, los ciudadanos de a pie (no los Partidos, ni las organizaciones religiosas, ni nadie más) habían actuado y, cosa increíble, habían ganado. Podemos imaginar la sonrisa de tantos, las lágrimas y el sentimiento de unidad, mientras cantaban su himno, el cual nunca antes habían cantado con esa emoción, sintiendo, en todo su peso, cada palabra. Que envidia.

Y esto va para largo. Aquí, nos cuentan que en Argelia (vecina de Túnez) ya se han contagiado. Irán, hace meses, vivió algo muy parecido, pero en una situación mucho más difícil (sencillamente porque el Ejército de Irán, a diferencia del de Egipto, no tenía reparos en disparar contra civiles). Ahora, nos dicen aquí que lo que pasó en Egipto les ha dado nuevos bríos. “Si ellos pudieron, nosotros también”, dicen que dicen los jóvenes iraníes. Y también Yemen, aquí, y Palestina, por acá. Esto, decía, no va a parar en Egipto.

Hay un punto que me emociona, y me acerca, de modo particular a estos sucesos: las protestas, tanto en Túnez como en Egipto, fueron comenzadas y lideradas principalmente por jóvenes, en edades universitarias. Esto, decía, me acerca a ellos y me hace sentir una irrefrenable empatía por estos lejanos protestantes, pero sé que están manejando un arma de doble filo. Están, pues, jugando con fuego. No van a ser la misma cosa la emoción de la protesta y la lucha por el poder, por el trono vacío, que ya ha comenzado y en donde, como dudarlo, meterán sus manos y querrán el cetro personajes mucho más duros que Mubarak, en Egipto, o Ben Alí, en Túnez. O, como decimos aquí, el tiro les puede salir por la culata. Y es que si recurrimos a la historia, podemos darnos cuenta de que las revoluciones pocas veces tienen finales felices o, al menos, el final que sus ideólogos y creadores quisieron: está el caso de México, el de Rusia, el de China. Ahí, estático como un fósil, el ejemplo de Cuba. Se me podrá objetar que todos esos ejemplos hablan de revoluciones armadas, y se tendrá razón. Pero hay un caso muy semejante al de Egipto: el de Irán que, en 1979, y por medio de protestas casi pacíficas, derrocó a Reza Pahlevi, sin duda un dictador, pero solo para dejar en el poder a uno bastante peor, Jomeini. Son caminos que, espero, sabrán evitar.

Y a todo esto, preguntará el lector, ¿qué tiene que ver la triste fotografía de arriba con el tema feliz, aunque a medias, del que trato? Bueno, pues la fotografía muestra lo que, a mi entender, está detrás de estas protestas en Medio Oriente, y con esto me refiero a aquello que van cargando esos jóvenes y trabajadores y desempleados de Irán y de Egipto y Argelia y demás que han salido de casa y se han plantado en las plazas de sus ciudades, exigiendo el fin de esa tiranía y buscando que el futuro, su futuro, no sea tan oscuro como el que le esperaba a la mujer de la fotografía.

viernes, 11 de febrero de 2011

La noche pura


Siempre he dicho que me gusta la noche, pero ahora sé que no es cierto.

Una cosa es la noche pura, la de los valles, la de la sierra, esa noche sin sentido, sin palabras. La noche total de la naturaleza.

Otra cosa, distinta, es la noche de la ciudad: campo de batalla en donde luchamos, nosotros los seres humanos, en contra de las tinieblas.

No me gusta la noche, la noche pura. Me gusta ese día artificial que intentamos crear, esa luz nuestra, creada y colocada por nosotros, que le da sentido a la sombra, contaminándola, corrompiéndola.

Esto, claro, en ciertos momentos, en ciertas calles, en ciertos estados de ánimo que tocan, discretamente, la puerta de la locura.

jueves, 10 de febrero de 2011

Volver al PRI


Beatriz Paredes, Moreira, Peña Nieto y demás, el PRI en términos generales, festeja, de modo un tanto adelantado y, además, imprudente, una victoria en 2012. Olvidan que, en estos meses, pueden pasar muchas cosas. Hay quienes han dicho, y no solo priístas, que aquél partido que gane en el Estado de México, en el presente año, ganará, de manera segura, la Presidencia el año entrante. Pareciera que no saben la importante diferencia que hay entre el Edomex y Chihuahua, entre Chihuahua y Yucatán, entre Yucatán y el DF. México es, pues, demasiado complejo y plural como para sintetizarlo en una pequeña porción del territorio.

Y es que, en lo personal, me molesta un poco el discurso del PRI en estos últimos meses. Y quizá no sepa, aún, explicar muy bien la razón de mi disgusto, pero me gustaría intentarlo. En resumen, dicho discurso es el siguiente: ustedes se equivocaron al sacarnos de la Presidencia en el 2000. “Ustedes” somos nosotros, el pueblo, pues. “Sin nosotros, los priístas, en Los Pinos, México no puede avanzar, así que lo único que les queda, la única solución, es volver a nosotros, es arrepentirse de su error y atrevimiento y, digamos, volver al redil”.

Volver al PRI como la única solución a los problemas de México: eso es lo que proponen. Aunque, en realidad, no proponen mucho: su campaña, porque ya están en campaña, es un tanto irónica: como el PAN no ha podido eliminar la pobreza, el desempleo y la corrupción que el PRI creó, hay que votar por el PRI, que es, a fin de cuentas, quién generó dichos estragos. Ah, caray. Sus cartas electorales son los pobres que, claro, ya eran pobres cuando el PRI gobernaba, y la corrupción que ya existía, y campeaba, con ellos en Los Pinos. Critican un sistema de gobierno que ellos crearon y que, además, no han querido ayudar a desarmar, porque ni siquiera como oposición han sido responsables y constructivos. Todo lo contrario: es ya un lugar común, pero no por eso deja de ser verdad, que se han dedicado a sabotear cuanta propuesta razonable y benéfica provenga del Ejecutivo porque, de este modo, el pueblo de México entendería, entenderíamos, que sin ellos no podemos. Que hay que volver al PRI. En realidad, nunca se fueron: siguieron en muchas gubernaturas, alcaldías y diputaciones (la mayoría, de hecho), haciendo exactamente los mismos gobiernos irresponsables y corruptos de siempre.

Yo espero, pues, que de pronto los aplausos y los vivas, el adelantado confeti y los ya planeados discursos de agradecimiento y buena voluntad, se detengan, se cancelen, y que los priístas miren, silenciosos, su derrota. Nuestra victoria.

domingo, 6 de febrero de 2011

Dos libros de Mario


Terminé de leer, hace apenas unos días, dos libros de Vargas Llosa: por un lado, su última novela, El sueño del celta, y por el otro Historia de Mayta, escrita en 1984. Que enorme diferencia y, sobre todo, que diferencia tan ejemplar hay entre estos dos libros, que salto, o descenso, tan notorio en lo que se refiere a la calidad.

En muy resumidas cuentas, El sueño del celta narra la biografía de una magnífica figura de la historia de Irlanda: Roger Casement, quien fue un promotor de los derechos humanos y, ya en la última etapa de su vida, un activista de la independencia de Irlanda frente a Inglaterra, que en aquél entonces mantenía a Irlanda como una colonia. Roger Casement, en búsqueda de aventuras, viaja, primero, al Congo, que estaba bajo una férrea dominación belga, y ahí encuentra algo muy parecido al infierno, en donde los congoleños eran explotados, brutalmente, por sus dominadores europeos. Pero no será nada comparado con lo que verá en su siguiente viaje, esta vez a la Amazonía peruana, al llamado territorio del Putumayo, en donde, de nuevo, es testigo, de primera mano, del horror y la miseria a la que pueden llegar los seres humanos, en esta ocasión los indígenas amazónicos. Después de tan duras experiencias, Casement vuelve a su natal Irlanda con la firme idea de no permitir que la colonización cause los mismos efectos en los irlandeses que él había visto que causaba en los africanos y en los indígenas de América: la pérdida total de la dignidad, de la conciencia y, en cierto modo, de su humanidad. La historia que narra Vargas Llosa es muy buena, pero la narración en sí es bastante deficiente, más aún si la comparamos con todas sus novelas anteriores, en las cuales había mantenido, siempre, una tensión admirable, una constancia casi increíble de calidad y profundidad narrativa. Para mí, que casi he leído todas las novelas de este autor, este su último libro me parece el peor.

Que diferencia con Historia de Mayta, novela que, en verdad, no pude soltar apenas la comencé, completamente inmerso y como hipnotizado por la fuerza, el dinamismo, la pasión de lo que se narra. Otra vez en resumidas cuentas: Alejandro Mayta es un experimentado, pero pareciera que inútil, revolucionario comunista, que ha pasado su vida entera conspirando sin pasar a la acción, sin pasar, pues, a la Revolución. Hasta que conoce a Vallejos, un subteniente con ideas de izquierda que cree, como Mayta, que el Perú podrá desarrollarse solamente a través de la lucha armada, de la acción revolucionaria. Pero a diferencia de Mayta, Vallejos es joven todavía, animoso, con liderazgo y con la suficiente buena labia como para convencer al viejo conspirador y entonces vengar, dicen ellos, al pueblo en contra de los imperialistas que los dominan. Lo que se cuenta es real: Vargas Llosa explica que, estando en París, leyó sobre un esporádico levantamiento en los Andes peruanos y que, años después, investigó y se documentó sobre dicho suceso para después, ojo, fantasear y escribir una novela. Corrijo entonces lo dicho: lo que se cuenta esta basado en hechos reales, pero no sucedió de tal manera, sino que desordena los hechos, los cambia, los exagera o bien agrega totales mentiras, creando así un texto en donde todo es falso pero, al mismo tiempo, tan realista, tan creíble, que el mismo lector (al menos este lector) se pregunta, de pronto, si está leyendo una ficción o un reportaje periodístico.

El libro narra una ficción pero, intercalados con los fragmentos novelescos, hay entrevistas, crónicas de viajes y de encuentros que fueron realidad, que Mario cuenta en primera persona porque, en efecto, sucedieron cuando el escritor investigaba sobre lo que pasó, pero de distinto modo: ha cambiado nombres, situaciones, quizá palabras, pero el sentido es el mismo. Y después, el final de la novela: un choque con la realidad. Mario cuenta, en el último capítulo, su encuentro (este sí real) con Alejandro Mayta, inspiración para su personaje. La breve conversación que se da entre los dos, entre Mario y Mayta, es fascinante pero cruel y dolorosa de tan realista. Un excelente final que, claro, no contaré.

Lo que le falta al Sueño del celta es lo que hace maravillosa a Historia de Mayta: la literatura, la versátil y plástica utilización del lenguaje al momento de describir paisajes, personajes, situaciones. Al Sueño le falta, sobre todo, la eficacia del lenguaje y del manejo del mismo (la técnica narrativa) que le sobra a Historia de Mayta, libro que recuerda, en el sentido formal, a los mejores fragmentos de Conversación en La catedral o, incluso, La guerra del fin del mundo.

Entiendo que Historia de Mayta no fue la novela más celebrada de Vargas Llosa, y que fue vista, incluso, como una novela menor: quizá la razón es el tema político, la terrible y mordaz crítica a la izquierda que Vargas Llosa hace, o dicen que hace, en esta narración. Yo, en verdad, pienso que es de sus mejores libros y debo decir que me emocioné hasta las lagrimas con algunos fragmentos y que lo que Mario hizo con este libro, narrar la bella muerte de las ilusiones, me salvó del frío glacial de estos días, mientras lo leía en mi casa que, por el mencionado frío, se había quedado sin agua, sin gas y, de a ratos, sin luz eléctrica.