lunes, 14 de febrero de 2011

Lejanos libertarios


Esta foto, de fecha que desconozco, muestra a una mujer en Irán a punto de ser lapidada por faltas a la moral. Momentos después de ser fotografiada, sobre esta mujer cayeron las rocas (pequeñas, para que no la maten tan rápido, pero lo suficientemente grandes como para que le abran la piel, la carne).

Esto sucedió en Irán, pero hoy el Medio Oriente pareciera ser uno solo, una gran unidad (aún cuando esto sea sólo un espejismo, pues pocas zonas del mundo son tan variadas y complejas). La razón de esto son las protestas (pacíficas, civiles, apasionadas, ejemplares) en las calles del Cairo y, después, la caída del dictador, Hosni Mubarak. Antes, había sucedido lo mismo en Túnez y esto parece extenderse, cada vez más. Los egipcios me han callado: escéptico, pensé que sucedería lo de hace unos meses en Irán, es decir, que el gobierno dejaría que la protesta se fatigase, que los manifestantes se cansaran de esperar sin respuesta a la vista y que, acosados por la policía y por el hambre, retornaran, vencidos, a sus casas, al menos consolados por el hecho de haberlo intentado. Pero no fue así. A pesar de que Mubarak no parecía estar dando su brazo a torcer, no se movieron. Aún cuando el Ejército (que ha estado del lado, más que nada, de los civiles y que muy pronto declaró que no dispararía en contra de éstos por ningún motivo) les dijera, altavoz en mano, que se fueran a sus casas, que ya habían hecho suficiente, no se movieron. A pesar de la crisis económica que, seguramente, se sentía en la boca del estómago, a pesar del trabajo no trabajado y de las aulas escolares vacías, no se movieron. A pesar del temor, lejano pero siempre, yo creo, en el aire, de que el Ejército decidiera cambiar de opinión y emplear la fuerza, no se movieron. Y, de pronto, se anuncia. Mubarak, el dictador, después de 30 años de estar al frente, se retira. Cede el poder. Creo que a nadie con un mínimo de sentido cívico le es difícil imaginar la enorme emoción que han de haber sentido los egipcios cuando, esa noche, se dieron cuenta de que, con valentía y decisión, habían cambiado a su país. Que ellos, los ciudadanos de a pie (no los Partidos, ni las organizaciones religiosas, ni nadie más) habían actuado y, cosa increíble, habían ganado. Podemos imaginar la sonrisa de tantos, las lágrimas y el sentimiento de unidad, mientras cantaban su himno, el cual nunca antes habían cantado con esa emoción, sintiendo, en todo su peso, cada palabra. Que envidia.

Y esto va para largo. Aquí, nos cuentan que en Argelia (vecina de Túnez) ya se han contagiado. Irán, hace meses, vivió algo muy parecido, pero en una situación mucho más difícil (sencillamente porque el Ejército de Irán, a diferencia del de Egipto, no tenía reparos en disparar contra civiles). Ahora, nos dicen aquí que lo que pasó en Egipto les ha dado nuevos bríos. “Si ellos pudieron, nosotros también”, dicen que dicen los jóvenes iraníes. Y también Yemen, aquí, y Palestina, por acá. Esto, decía, no va a parar en Egipto.

Hay un punto que me emociona, y me acerca, de modo particular a estos sucesos: las protestas, tanto en Túnez como en Egipto, fueron comenzadas y lideradas principalmente por jóvenes, en edades universitarias. Esto, decía, me acerca a ellos y me hace sentir una irrefrenable empatía por estos lejanos protestantes, pero sé que están manejando un arma de doble filo. Están, pues, jugando con fuego. No van a ser la misma cosa la emoción de la protesta y la lucha por el poder, por el trono vacío, que ya ha comenzado y en donde, como dudarlo, meterán sus manos y querrán el cetro personajes mucho más duros que Mubarak, en Egipto, o Ben Alí, en Túnez. O, como decimos aquí, el tiro les puede salir por la culata. Y es que si recurrimos a la historia, podemos darnos cuenta de que las revoluciones pocas veces tienen finales felices o, al menos, el final que sus ideólogos y creadores quisieron: está el caso de México, el de Rusia, el de China. Ahí, estático como un fósil, el ejemplo de Cuba. Se me podrá objetar que todos esos ejemplos hablan de revoluciones armadas, y se tendrá razón. Pero hay un caso muy semejante al de Egipto: el de Irán que, en 1979, y por medio de protestas casi pacíficas, derrocó a Reza Pahlevi, sin duda un dictador, pero solo para dejar en el poder a uno bastante peor, Jomeini. Son caminos que, espero, sabrán evitar.

Y a todo esto, preguntará el lector, ¿qué tiene que ver la triste fotografía de arriba con el tema feliz, aunque a medias, del que trato? Bueno, pues la fotografía muestra lo que, a mi entender, está detrás de estas protestas en Medio Oriente, y con esto me refiero a aquello que van cargando esos jóvenes y trabajadores y desempleados de Irán y de Egipto y Argelia y demás que han salido de casa y se han plantado en las plazas de sus ciudades, exigiendo el fin de esa tiranía y buscando que el futuro, su futuro, no sea tan oscuro como el que le esperaba a la mujer de la fotografía.

No hay comentarios: