sábado, 20 de junio de 2009

Sin escudos



Ocurrió hace tres días. Por un asunto laboral, iba yo caminando por una calle bastante céntrica de Cuauhtémoc, entre carros y la suficiente gente como para pensarse a salvo. Tendemos a pensar que las multitudes son un escudo infalible en contra de la violencia: nos sentimos protegidos y pensamos que, en caso de peligro, la gente actuará en nuestra defensa, unida, solidaria.
Pasé enfrente de una casa de música, la cual se encuentra en una esquina. Varios metros más adelante, pero en la misma cuadra, caminaban unos sujetos de aspecto bastante amenazador, en dirección a mí. Más que el aspecto, lo amenazador en dichos sujetos estaba en su actitud: era notorio que no se traían nada bueno entre manos: caminaban apresurados, mirando a todas partes y con aire ofensivo, como a punto de pelear. Eran cuatro. Los cuatro me pasaron y siguieron hasta la casa de música. Yo, advirtiendo que pasaría algo, me quede quieto, mirando y en algún momento pensé que asaltarían el establecimiento. Cuál sería mi sorpresa al verlos salir de la casa de música sometiendo a el que, supongo, sería el dueño del local. Uno de los hombres lo tenía agarrado del pelo, de la nuca: el pobre no veía más que el suelo y sentía que lo empujaban. Inmediatamente, una camioneta que se había acercado lentamente frenó, subieron a la víctima, subieron ellos como pudieron y se arrancaron. Así de fácil.
Me quedé un momento sorprendido. Habían “levantado” a un hombre a plena luz del día, en medio de bastantes personas. Nadie hiso nada y el mundo siguió su marcha normal. Yo también me uní al mecanismo y continué caminando, como si nada hubiera pasado. Pero había pasado.

1 comentario:

Abi Finch dijo...

Que triste, pero desgraciadamente de un año a la fecha eso es el pan de cada dia...

Besos ;)