lunes, 29 de noviembre de 2010

Las palabras

Sencillamente escribir. No es que no me importen las grandes historias, esos argumentos que pueden, con tanta facilidad pero utilizando algo que se parece a la magia, cambiar vidas. La aventura del Quijote y su amplísima significación; los mitos fundadores del mundo greco-latino; la estirpe apasionada de Cien años de soledad y esa historia amarga, sepia, que a mí me cambió la vida, que me transformó: la conversación entre Zavalita y Ambrosio en La Catedral, en medio de borrachos, narrada por Mario Vargas Llosa. No es que estas historias no me importen, pero creo que yo no les importo a ellas. No quieren hablar conmigo.

Excavar en mi pasado, o en esa curiosa forma del pasado llamada memoria, y entonces, de pronto, ver aparecer, como un fantasma o un demonio en medio de la oscuridad, una historia. Ahí están las palabras, y entonces sentir como ya no soy yo quien escribe, ya no soy yo quien se expresa: es el otro, el que realmente soy, el que utiliza mi cuerpo y mi pensamiento y mis hábitos y mis vicios para ocultarse, para que lo dejen en paz. Es su boca sin dientes la que habla. Son sus manos tan frías las que escriben. Son sus palabras las que aparecen, ante mis ojos incrédulos, en la hoja en blanco.

Simplemente narrar. Sin juicios, sin prejuicios, sin límites. Y el mundo, la casa, la escuela, la calle, el rostro de un amigo, la sangre de la víctima, cambian y se convierten en símbolos, en pozos sin fondo, en bosques donde es tan fácil, tan grato, extraviarse.

No hay comentarios: