sábado, 11 de septiembre de 2010

Las dos caras de la moneda


En ocasión del cierre de un evento en la Facultad, se invitó a un grupo de músicos para que amenizaran tan magno acontecimiento. Estando ya entrados, con nuestro tamalito de dulce en la mano y, colgando en el cuello, un simpático tarro en donde servían un licor de sospechosa procedencia, subió al escenario una banda. Dos guitarras, un bajo, batería y voz que sería, esta última, el blanco de las burlas de mis amables compañeritos. No de las mías, claro que no. Ciertamente, cantar no era lo suyo, por decirlo de modo amable. Eran jóvenes todos, uno de ellos estudiante (ilustre, sin duda) de la Facultad en cuestión. (Antes de todo esto había ocurrido algo extraño: a la entrada del inmueble se habían instalado, sin previo aviso y sin saber nadie de donde habían salido, cuatro o cinco hombres ya entrados en años y en kilos, en traje e incluso corbata y armados todos de instrumentos de viento poco vistos en dicha escuela, como trompetas y demás. Sax no. Hicieron ruido una media hora y después “agarraron y se fueron”, como se dice comúnmente. ¿A dónde? Nadie supo).

Cuento esto porque, mientras de mi lado, del lado del respetable público, todo era burlas y risas socarronas (no mías, claro que no), del otro lado, del lado de la banda que hacía lo suyo, todo era nervios, expectación ante la posibilidad del aplauso, miedo al abucheo que ya se avecinaba. Todo, del lado de ellos, era una sola expectativa. Estaban frente a nosotros sin saber, realmente, qué estaban haciendo, sin saber a bien que podían hacer. Vi a los que estábamos de este lado y me di cuenta de que todos estábamos del mismo lado, los de la banda y el respetable: rostros aún jóvenes que fuman y se dejan crecer la barba y se disfrazan con unos lentes gruesos que los hagan parecerse más a aquellos escritores que tanto quieren y que escriben poemas que luego les avergüenza leer ante los amigos y que buscan, pisando siempre en falso, siempre sintiéndose en el límite del error y del ridículo, alguien que lea ese cuento que hicieron bajo el poder de un hechizo todavía nuevo para ellos, alguien que aprecie ese poema que escribieron el otro día mientras fumaban un cigarro tras otro sintiéndose, y esto nunca lo dirán, nunca lo van a reconocer, sintiéndose un joven Borges, un provinciano Paz, un inseguro Huidobro. Sin saber qué hacer, sin saber si pueden hacer algo.

Esos de la banda y nosotros, que nos burlábamos, venimos del mismo barro.

6 comentarios:

Eva Bertlen dijo...

buena reflexión, mi querido Alex. Todavía estoy sobándome la frente por la pedrada (debido al miedo a ridículo, no por las burlas impías, claro que no)


jiji. Saludos :D

Yuvel dijo...

Muy, muy cierto, mi estimado Alex.

Alexandro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alexandro dijo...

Jajaja, claro, Bertlen, ustéd cuando se ha burlado de alguien??? nunca jamás, eso no esta en usted.

Yuveeeeeeeel ¡¡¡ Saludos, hermano.

Olehonga dijo...

La razón de por qué dejé de escribir y las Letras por la fatigosa paz jaajajjaja

Alexandro dijo...

Nooo Evaaaa, escriba ¡¡¡