martes, 24 de marzo de 2009

La carcel


El poeta judío-polaco Alexander Wat, encarcelado por los soviéticos a causa de algunas diferencias de carácter ideológico, escribió en sus “Memorias” el momento en el que tuvo la certeza de poder soportar la prisión y los castigos a los que era sometido: una mañana, a principios de primavera, escuchó un fragmento de la Pasión según San Mateo, de Bach. Wat, recordando aquél episodio de su encierro, escribiría años después: “si la voz humana, si los instrumentos hechos por el hombre, si el alma humana puede crear, aunque sea una vez en toda la historia, tal armonía, tal belleza, tal verdad y poder en tal unidad de inspiración, si esto existe, entonces qué efímera, qué insustancial debe ser toda la fuerza del imperio soviético”.
Después del caos de la calle y de su ley de la selva, después de andar entre el ruido y el movimiento, después de intoxicarse un día más con los noticieros y con las notas del periódico, que vienen a decirnos, a diario, más o menos lo mismo: que la cosa va peor y que hoy, en lugar de diez muertos, “solamente” fueron cinco; luego de todo aquello, deberíamos relajarnos un momento, pedirle una tregua al mundo y recuperar la confianza en el ser humano y en las cosas que hemos creado. Ya sea que escuchemos a Bach o a los Héroes del Silencio, ya que leamos a Sófocles o a Jaime Sabines, todos, desde nuestra ventana, podremos adaptar lo escrito por el poeta encarcelado a nuestra realidad, a nuestra propia cárcel: si el alma humana puede crear tal armonía, tal belleza, tal verdad, entonces qué efímera, que insustancial debe de ser toda la fuerza de nuestros horrores, de la violencia y la corrupción, de la pobreza material y espiritual, de la desesperanza y la mediocridad.
Por si acaso, abajo está un video que, por lo menos, les quitará el aliento y, ojalá, la desesperanza.



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