sábado, 11 de abril de 2009

Declaración de amor



Cuando escribo, amo.
Amo a esa casa de fantasmas, a esa bola de cristal que es mi memoria, a esa desconcertante brisa que deja su fruto en la palma de mi mano, un fruto ansiado por el hambre de mi cuerpo.

Amo, cuando escribo, al enemigo de las letras, al Tiempo, fuerza incomprensible y tan parecida a Dios que, en ocasiones, pareciera reemplazarlo y dar vida, hacer crecer y matar en su lugar.

Amo, cuando escribo, a Dios, aunque no creo en él. Me parece el signo perfecto, el único, para todo aquello que no me pertenece.

Amo, cuando escribo, al río fundacional del lenguaje. Las palabras me desnudan y después devoran mi carne, atrofian mis nervios, calcinan mis huesos en una hoguera tan dulce, tan preciada, como el agua en los labios del sediento.

Amo, cuando escribo, a ese mar confuso, disonante y agitado que son las personas. Cada persona con su máscara. Cada persona con el latido de su corazón, oculto a sus propios ojos. Cada persona con su hambre. Con su sed.

Amo, cuando escribo, a mi cuerpo. Me parece el signo perfecto, casi el único, para todo aquello que, supongo, me pertenece. Esta sangre antigua es mía, estos brazos ciegos son míos, estas manos mudas y las líneas que las recorren son mías.

Amo, cuando escribo, a eso que dirige la música y que, en mi caso, está cifrado en un cielo como un mar de fuego que vi alguna tarde; en una mujer desnuda, frente a un espejo; en el mar, esa tumba de los dioses.

Amo, cuando escribo, solo cuando escribo, a mi muerte. Esa muerte es mía y yo soy suyo. No la puedo controlar, pero sé que ella también me ama porque me espera, atenta y puntual, al borde del abismo. Al caer, caerá conmigo y me abrazará con tal ternura que me disolveré, desapareciendo completamente.

4 comentarios:

Jan dijo...

yo escribo porque si no exploto

Alán dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
free dijo...

Enamorado... Amor del cúal la poseción somos nosotros. Somos el destino tan efimero de las palabras. Es tan poetico pensar que un poema no vale nada sin el hombre, y aún así sigue siendo más que una rosa y menos que una piedra...

Alán dijo...

Y escribir para no morir,
escribir para no caer en la locura,
y para trascender aún después de la muerte,
y mientras uno descansa por siempre,
y su cuerpo se pudre, y lo comen los gusanos,
en una hoja queda,
una parte del alma que su autor deja,
y la muestra, y la exhibe al mundo,
y él vive y vivirá por la eternidad.



Alán Quintana