sábado, 19 de febrero de 2011

Dialogo


Tienes tantas arrugas en la cara. Tan hondas. Profundas. Más que arrugas parecieran heridas, cicatrices. Como si el tiempo tuviera en su mano imposible una navaja llena de tu sangre.

-Siempre hemos sido los mismos- me dices –El mundo cambia, Alexandro, pero nosotros no-

Te quedas callado. Tus frases son cortas, definitivas. La seguridad de tus palabras no es la del fanático, sino la del desengañado. Una certeza amarga rodea todo lo que dices.

-No somos nada sino esa lucha contra el tiempo- dices, -esa lucha, a fin de cuentas, contra nosotros mismos-

Te comento, absurdamente, las últimas noticias. Me siento un poco tonto y mis palabras pierden fuerza. “Asesinatos, degollados, muerte por doquier”.

-Déjate de tonterías. ¿Qué crees que hacíamos yo y los demás guerreros con los españoles que apresábamos? ¿Qué crees que hacían ellos con nosotros? ¿Conversar, acaso? ¿Tratar de entender lo que decíamos en aquél idioma que ya no recuerdo, que probablemente ya no existe? No. Nos matábamos, nos degollábamos, la muerte estaba por todas partes y, como vez, nunca se ha ido.

Me distraigo. Trato de imaginar tu rostro de joven. Serías bello, cobrizo y salvaje. ¿Qué cosas recordarás, aún, de las selvas vírgenes, de las ciudades de piedra de los dioses? Escupes, gruñes algo y tus ojos me ven: muertos, cansados, llenos de hastío. “Pero nunca como hoy, le digo, nunca este sinsentido”.

Me interrumpes:

-Y dale con lo mismo. Pero si esto siempre ha sido un sinsentido. Generales llegando al gobierno, esa tierra de nadie, para descubrir que no podían gobernarse ni a ellos mismos, y sucumbir ante el más tonto de los golpes militares. Llegó después un huracán que ahora le dicen revolución y todo se fue a la mierda, de nuevo. A mí me agarró la violencia, como a todos, me sujetó bien fuerte de los brazos y las piernas y ahí me vez, a caballo, gritando consignas imbéciles y siguiendo, empoderando, a los mismos canallas de toda la vida. Nunca se traicionó eso que llaman la revolución, nunca se corrompió porque, sencillamente, nunca fue pura. Fue una locura desde el inicio. Así que no me vengas con nostalgias, porque nuestro presente es un episodio más del mismo tema que nos ha consumido: la violencia.

Y, otra vez, te encierras en ti mismo. Como siempre. ¿Por qué nunca hablas sinceramente? ¿Por qué no dejas que te confronte y, juntos, quizás, aclarar tus viejas dudas, tus culpas centenarias, tus inútiles remordimientos?

Entiendo que de este silencio no saldrás en un buen tiempo, así que me voy sin despedirme. Y las calles que camino antes de entrar en mi casa son oscuras, intrincadas y borrosas, iguales a tus palabras que, en realidad, son máscaras.

2 comentarios:

Taun We dijo...

Tendremos que arrepentirnos en esta generación, no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena...

(Martin Luther King)

Buenas letras, me gustan... Todo cambia excepto lo que debería.

Alexandro dijo...

Si, seguimos aferrados a los mismos mendigos esquemas de siempre, como país, como ciudad, como personas. como familia, incluso. habría que renovar, pero cuanto cuesta quitarse la modorra.