lunes, 27 de febrero de 2012

Inventario

Tengo un pasado hecho de palabras dichas a media luz, siempre a media luz;
tengo un futuro sin ancla, como todo futuro: un futuro ciego pero imparable, como una bala, como un furioso rayo;
tengo una mujer que me conoce tan bien que ya no me reconoce: mis gestos se han diluido en el espacio: y no lee lo que escribo, nunca, ni por casualidad, porque sabe muy bien que estas cosas son el eco de mis rutinas y de mi tedio, ambas cosas demasiado cercanas a ella, demasiado próximas;
tengo un hijo que no sabe aún que soy su padre: él siempre esta maravillado: para él, el mundo es un desierto en donde las dunas cambian, incansables, donde nada es igual: a mí me gustaría resguardar esa ternura, resguardar eso que no es siquiera ingenuidad, sino simple y pura inocencia: esa plenitud del ser, del ser sin lenguaje, del ser sin odios, sin amor y sin mayores deseos que la tibia leche de su madre; todas las religiones, todos los dioses que hemos creado no pueden otorgar esa paz primera, esa calma original, ese silencio absoluto del espíritu en el cual mi hijo se encuentra; a mí, por eso, me entristece encontrarlo cada vez más cerca de esta hidra, el lenguaje: me gustaría que callara permanentemente, que nunca hablara y que nunca entendiera nada de lo que los demás dicen: me gustaría que viviera para siempre en ese jardín misterioso de la infancia, tan parecido, aún, al Paraíso;
tengo un empleo que, como todos los empleos, está formado del tedio, de la voluntad y del egoísmo, en iguales proporciones;
no tengo muchos amigos, pero tengo algunos y con ellos basta: un hombre es todos los hombres, de algún modo;
tengo una biblioteca pequeña, compacta, pero que me precio de haberla leído de principio a fin: cosa que no significa que la conozca bien;
tengo eso que es común a todos, a menos que se trate de gente tonta o feliz: prejuicios: cada mañana los coloco sobre mi cabeza, hasta que esta comienza a sangrar, gratamente;
tengo la memoria de ciertos libros que nunca he terminado de leer, aunque los haya leído completos: libros que no han terminado de leerme a mí, de descubrirse en mí.

Eso es lo que tengo: no tengo más: cuando escribo, sé que esas son las verdaderas letras que estoy utilizando: que esas son mis verdaderas palabras: que esa es la materia prima que estoy condenado a manipular.

4 comentarios:

Taun We dijo...

Y puedo asegurar que después de tan exacto inventario sigues siendo una persona única y especial; pero al final igual que todos los demás.

Recuerdo haber dicho a mi esposo que no le enseñara a Shocho (mi hija) los días de la semana; claro que le extraño por demás mi petición a lo cual respondí que yo recuerdo haber sido muy feliz hasta ese día en que me han dicho que todo es futuro, que nada vuelve y que el tiempo es lo más preciado y desperdiciado que tenemos; comprendo que quieras mantener a tu bebé en esa felicidad que representa la infancia pero lamentablemente no se puede, porque de ser así yo jamás hubiera salido de ella.

Si te sirve de consuelo, a mi tampoco me leen, me miran o me descubre diferente al amanecer, que le vamos a hacer nos conocemos tanto que ya no nos reconocemos individuales.

Un saludo enorme, tarde como siempre pero segura (casi).

Abrazo enorme, te noto triste o así somos... ya no sé.

Taun.

Alexandro dijo...

Que tal, Taun.
La adquisición del lenguaje es inevitable y de hecho deseable. Pero sucede que es, al fin, un rasgo, un síntoma de esa perdida del único paraíso que podremos tener, la infancia primera, la más completa y feliz ignorancia.

Un saludo y un abrazo.
Espero que no andes triste y sea solamente lo que escribes.

Taun We dijo...

Ando y eso ya es ganancía, leo cada respuesta tuya eh, no me hago que me habla la virgen y así, esta me encanto...

Sólo letras y yo igual de loca, igual para ti un abrazo...buen fin.

Anónimo dijo...

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