lunes, 18 de abril de 2011

La búsqueda

El anterior de mis poemas demuestra lo que es capaz de producir un hombre desconcentrado y de pocas luces como yo: un poema espantoso. Me di cuenta de ello, desgraciadamente, cuando ya lo había subido, y no me gusta eliminar algo que ya he aceptado. Por tanto, lo retomé y le cambié su forma, más no su contenido, pasándolo a prosa, borrando y agregando palabras. Cambié la voz narrativa: el poema está en primera persona y éste tiene un narrador omnisciente, lo que me ha permitido crear, como tal, a un personaje, que de hecho era la (frustrada) intención original.

Creo que ha quedado un poco mejor, o al menos estoy más a gusto con lo que ha resultado. Les corresponde a los lectores el juicio final.

La búsqueda

Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Éxodo 3:6


En un desierto, que ya no es el mismo, un hombre buscó a Dios y se supo fracasado desde el principio: no poseía la energía mística de los profetas ni la prodigiosa resignación que se requiere para lanzarse al abismo de la fe. Era, sin embargo, un curioso y un terco y, por ello, su derrota fue triple.

Habló, primero, con aquéllos que decían haber conocido a Dios, pero en la maraña de conversaciones no encontró lo que buscaba: eran hombres como ciudadelas amuralladas, como ciegos y hermosos Minotauros refugiados en su laberinto. De este primer fracaso emergió la soledad.

Se metió en la Biblioteca y de allí no salió en muchos años. Desde las primeras páginas comprendió que había errado, otra vez, su camino: entre los estantes (tantos y tan grandes que parecían, que eran, una ciudad de fantasmas) no encontraría Su Rostro, sólo su rostro, su rostro humano y bajo y lleno de mal. Lleno de tiempo. Pero era maravilloso hundirse en el error. Años después, volvería a sentir la luz del sol en su piel ya arrugada, en sus ojos deslumbrados.

No le quedaba más que su espíritu. Descendió a él, a sí mismo, como quien desciende a los infiernos. Lo primero que notó fue la hostilidad del paisaje. A lo lejos, en mitad de un páramo, se elevaba un castillo y frente a sus puertas un hombre y un dragón. Estos luchaban entre sí, pero hacía tantos años que mantenían su batalla, y tanto se conocían, que parecían estar jugando o bailando. Sin embargo, al amanecer de un día muy cercano, uno de los dos tendría que morir. El guerrero era él mismo, y su rostro era fiero e infatigable.

Decidió suspender la búsqueda. La zarza era demasiado luminosa, la voz de la zarza demasiado verdadera.

4 comentarios:

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Es precioso Alexandro, un abrazo para ti, cuan verdadero es mi camino cuando lo descubro,

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Es precioso Alexandro, un abrazo para ti, cuan verdadero es mi camino cuando lo descubro,

Mixha Zizek dijo...

Voy a leer la primera versión, esta segunda versión se lee muy prometedora y muy interesante, con rasgos algo místicos, me gustó, un abrazo


llegué navegando vía Carmen Troncoso

Alexandro dijo...

Gracias, Mixha. Espero que haya logrado una mejora entre el primero y el segundo texto.

Nos leemos.