domingo, 17 de abril de 2011

Búsqueda interrumpida


Yo quería encontrar a Dios.

Estudié lo que los hombres habían imaginado acerca de Él.

Leí mucho, pero Su Rostro no apareció, tan sólo el mío:

mi cara, tan baja, tan llena de mal.

Hablé entonces con quienes decían haberlo visto

y encontré hombres que eran como ciudadelas amuralladas,

como ciegos y hermosos Minotauros en su laberinto.

Me alejé de ellos. Y de todos los demás.

Pensé que quizá Dios estaba en mí,

que mi mente era una gruta, oscuramente clara,

en donde Él y yo nos pudiéramos citar.

Adentrándome en mí, como quien baja a los infiernos,

encontré a un hombre luchando contra un dragón:

ese hombre tenía mi rostro y era incansable.

El guerrero y el dragón, más que luchar, parecían estar jugando

pero uno de los dos moriría, en un cercano amanecer.

Entonces leí que Moisés, el que vino del agua,

se tapó los ojos para no ver a Dios

que era una zarza en llamas.

Imaginé el sabio espanto de Moisés,

la prudente cobardía de la ignorancia

y decidí suspender la búsqueda.

Dios, me dije, no existe existiendo,

lo creó todo sin crear nada.

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