domingo, 7 de marzo de 2010

El mundo de La casa verde


Una de las mayores características de Mario Vargas Llosa es crear universos narrativos. Es decir, hacer de sus novelas un especie de microcosmos, de tal modo que, al terminar de leerlas, uno se queda con la sensación de salir de un mundo, de una mirada totalizadora de la realidad, o al menos, de la realidad que Mario quiso retratar. Se dice que la literatura es una fotografía de la realidad: La casa verde, y muchas otras novelas del autor peruano, son fotos panorámicas, de esas de 360 grados, pues.
Acabo de terminarla. Siento, aún, en la ropa, en la piel, la humedad del Amazonas, la naturaleza vegetal, caóticamente vital, de ese territorio cambiante y sorprendente. El título de la novela, por cierto, le queda perfecto al libro: la casa verde no es solamente el prostíbulo del desierto de Piura que lleva dicho nombre, sino todo el Perú: la selva espesa, salvaje; las numerosas etnias indígenas; el dolor y la pasión de los habitantes de esos recónditos territorios.
La novela tiene dos escenarios: uno es Piura, ciudad situada (con Google Earth lo visualizarán a la perfección) al norte del Perú, a pocos kilómetros de la costa. Se trata de una ciudad desértica, en donde reina el color amarillo y las polvaredas. El otro escenario es Santa María de Nieva, pequeño pueblo (aún hoy lo es) enclavado en la Amazonía, bastante lejos de Piura y en donde, evidentemente, el verde es el color que se ve por todos lados.
La historia es difícil referirla, ya que se trata de una novela con muchísimos personajes y con muchas variantes en los destinos personales de cada uno de ellos, pero, básicamente, es una novela sobre el Perú, sobre su gente, sobre los defectos y virtudes que Vargas Llosa ve en su nación. Uno de los temas principales es el del estado de vida de las comunidades indígenas de la Amazonía peruana: muchos de los personajes de la novela son huambisas, urakusas o shapras y sufren de racismo (incluso entre ellos mismos, entre etnias), golpizas, despojos, fraudes, violaciones y formas de vida infrahumana. Un breve repaso a los personajes y a sus historias: Bonifacia, indígena urakusa arrancada de su comunidad para convertirse en pupila en un convento, en donde las monjas le enseñan “cristiano” (castellano), de ahí la expulsan y termina como prostituta en Piura; Fushía, contrabandista y bandido de origen brasileño, de personalidad autoritaria, agresivo y, como él mismo lo reconoce, traicionero; el sargento Lituma y los Inconquistables, grupo de amigos de borrachera y de aventuras; don Anselmo, fundador del prostíbulo La casa verde, de origen desconocido, que recorrerá un destino torcido y de valentía y cobardía, un destino aciago y misterioso; a estos personajes habría que sumar a las madres del convento de Santa María de Nieva y su cruzada en contra del estilo de vida indígena, a los militares que a lo largo de la historia se nos presentan, representando a las clases más bajas; al silencioso y hábil Adrian Nieves, que se conoce la selva como la palma de su mano; al atento y comprensivo Aquilino, amigo de Fushía, honrado y servicial, sabio de la vida; y un largo etcétera.
La historia de La casa verde es la suma de las innumerables historias de cada uno de estos personajes, todos ellos marcados por el azar adverso, por las dificultades de la vida y, muchos, por la frustración, por haber dejado enterrados en el desierto piurano u ahogados en la profunda selva sus sueños, su vida. Personajes muy humanos, muy crudos y reales, el acercamiento emocional con ellos es muy fuerte gracias a la refinada, brillante técnica narrativa de Mario, que convierte el texto, cada página, en un cúmulo de recuerdos, de impresiones, de comunicaciones entre las distintas etapas de la novela, utilizando la polifonía, por ejemplo, en donde distintos personajes en distintas épocas y espacios conversan entre sí, jugando con el tiempo y con el espacio, enredando las conversaciones. Mario es uno de los escritores latinoamericanos, quizá del mundo, que mejor maneja el recurso de los diálogos, no contentándose con utilizarlos como un modo de comunicación entre dos personajes del mismo tiempo y espacio, sino haciendo de los diálogos algo plástico, o mejor dicho, un elemento de barro, de arcilla, que puede moldearse de tal modo que se mezclen, se entrecrucen, dos o hasta tres diálogos al mismo tiempo, en el mismo texto, que suceden, cada uno, en un lugar y un tiempo distintos.
Por mi parte, he logrado salir, en una pieza, de la selva de La casa verde. Me ha costado mucho: días enteros de cruzar ríos, ora calmos, ora turbios; ciudades desconocidas, repletas de gente compleja, laberíntica; encuentros con un lenguaje regionalista que las personas comienzan a cambiar, a variar, a poco de salir de tal o cual pueblo, pero a pesar de todo he salido de La casa verde. Sé que volveré a ella muy seguido, y espero que ustedes se aventuren y acompañen a Fushía y Aquilino en sus peligrosas andanzas, a don Anselmo, la Chunga y los Inconquistables en la sensualidad y la algarabía de La casa verde, a Bonifacia, la que después será la Selvática, en sus pantanos morales. Buen viaje.

2 comentarios:

Flora Isela Chacón dijo...

concuerdo contigo
Vargas Llosa es genial!

Alexandro dijo...

seeeeeeee ¡¡¡