lunes, 11 de mayo de 2009

El crimen del Padre Cutié


En Miami, esa cálida ciudad norteamericana, vive Alberto Cutié, quien es un joven sacerdote (cuarenta años), hijo de cubanos que salieron de la isla a causa del huracán Castro, en dirección a Puerto Rico, en donde el ahora muy famoso padre nació. Este sacerdote es muy conocido por la comunidad latina en los Estados Unidos a causa de una serie de programas, tipo Talk Shows, en donde el dicho Padre ayuda a sus invitados a resolver problemas de tipo sentimental y un largo etcétera.
Hace unos días, la revista TVNotas ha publicado unas fotos en donde el Padre Alberto se besa y se toca con una misteriosa chica, mientras retozan en la playa. La portada de la revista se pregunta “¿y el celibato?”, con una de las fotos en cuestión como fondo. Alberto Cutié ha admitido la veracidad de tales fotos y ahora dice que está enamorado de aquella chica y que “no pedirá perdón por amar”.
El caso ha hecho renacer el debate en torno al celibato en la Iglesia Católica. The Miami Herald ha publicado un sondeo, en donde el 74% de los encuestados dicen estar en desacuerdo con el celibato obligatorio para los sacerdotes católicos y a favor de la relación entre Cutié y la chica de la playa.
Siempre ha sido un tema polémico y, en realidad, en la Biblia no existen argumentos a favor del celibato, ni en el Antiguo Testamento ni en boca de Jesús o de alguno de sus apóstoles. Entonces, ¿por qué existe?
Fue a mediados del siglo XVI, durante el Concilio de Trento, cuando esta regla católica fue establecida ya formalmente y de la manera en la cual la conocemos. Esta característica de los sacerdotes católicos no es común a todas las confesiones cristianas, ya que, por ejemplo, la Iglesia Ortodoxa, que cuenta con 225 millones de fieles, principalmente en la zona de Europa del Este, si admite que sus sacerdotes se casen, siempre y cuando esto ocurra antes de ordenarse, que sea con una mujer de “buena fama” y, por último, que sea la primera y última vez en que se casan. Muchas confesiones protestantes también admiten el matrimonio de sacerdotes con condiciones similares.
La Iglesia Católica, por su parte, adoptó el celibato por varias razones: disciplina; la aspiración de irreprochabilidad en los sacerdotes; evitar problemas como, por ejemplo, que los hipotéticos hijos de sacerdotes reclamen, como parte de la herencia, a la misma parroquia y otros bienes de la Iglesia, etcétera. Sin embargo, el mundo ha cambiado y va por otros rumbos, inevitablemente.
Esto es un tema que compete, más que a nadie, a los católicos, entre los cuales no me cuento. Son ellos, los fieles católicos, los que tratan de vivir conforme al modelo que tal Iglesia les presenta, los que tienen más peso en este debate y quienes deben de tener la última palabra. Mi opinión es la de un respetuoso pero, a fin de cuentas, externo observador: no creo que el celibato ayude a ser mejores personas a los sacerdotes, ya que, sencillamente, se les niega el sano desarrollo de una necesidad psíquica, de un impulso natural que, bien llevado, no tiene porqué ser sucio o reprochable.
Siempre me he preguntado cómo es que los sacerdotes dan consejos acerca del matrimonio, consejos que son muy tomados en cuenta, siendo que no están casados. Si no tienen el conocimiento práctico de lo que implica un matrimonio, entonces, ¿Cómo pueden saber qué cosa recomendar? El celibato les niega, pues, un conocimiento imprescindible al momento de actuar como guías espirituales y un derecho que adquieren al momento mismo de nacer: ejercer su sexualidad de manera responsable y enamorarse sin miedo a un escándalo como el protagonizado por el desdichado Padre Alberto.
Mi humilde recomendación para el sacerdote enamoradizo de Miami, ciudad llena de tentaciones carnales, por cierto, es la siguiente: cuelgue los hábitos, cásese y siga adorando a Dios desde la comodidad de su casa, acompañado de su amada, y deseada, consorte.

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