martes, 7 de septiembre de 2010

Segundas impresiones de Conversación en La Catedral


Lees un libro y te gusta. Años después, lo relees y te gusta de nuevo, pero de un modo distinto. Aprecias mejor la historia: error, no la aprecias mejor, sino de diferente manera. Hay fragmentos que, en la primera lectura, pasaron desapercibidos y en la nueva lectura resultan ser los que más te impresionan. Podría decirse que, en realidad, no existe la “relectura”, sino que es siempre “otro” libro. Un buen libro es siempre muchos libros, que solo están esperando a que sepas leerlos, encontrarlos en las páginas.

Eso es lo que me está pasando con Conversación en La catedral, de mi estimado Mario Vargas Llosa. Lo leí hace como cinco años y me impresionó. Luego, lo releí en fragmentos, a veces un capítulo, a veces otro, pero solo hasta ahora lo releo íntegramente (apenas en la mitad, por el momento). En este tiempo yo he cambiado y, por tanto, también el libro, o, para darme a entender, mi percepción del libro, mi muy personal lectura. Pero lo que no ha cambiado es la impresión que me causa, la fascinación que me genera su historia, triste y fatal, y sus personajes, grises y desarraigados. Como casi todos en Vargas Llosa.

Las novelas de Mario no son muy fáciles de reseñar, ya que contienen, casi siempre, muchas historias, muchos personajes, múltiples situaciones. Lo mismo me pasó, por cierto, en este blog, con La casa verde. Conversación cuenta las historias, los destinos, de muchos personajes (de distintos estratos sociales y oficios y personalidades) enmarcados en el Perú de los cincuenta, durante el llamado “ochenio”, es decir, los ocho años en los que el general Odría gobierna ese país, estableciendo una dictadura militar que asfixia a la prensa independiente y a los demás partidos políticos y que se manejó en base a la corrupción y a la tortura, como cualquier dictadura. En ese ambiente creció, en realidad, Vargas Llosa y en ese ambiente se mueven los personajes de esta novela, Santiago Zavala, Ambrosio, Amalia, la Musa, Trifulcio, el senador Fermín Zavala, y un largo etcétera, todos ellos afectados, de un modo u otro, por la corrupción, la suciedad y la falta de escrúpulos de la gente en el gobierno, todos ellos “envenenados”, podría decirse, por el sistema, por la forma en que las cosas se manejan.

Llama la atención que, en realidad, los personajes no tienen “grandes historias”, es decir, los personajes no tienen “biografías” heroicas, excitantes, extraordinarias. Todo lo contrario: son seres bastante ordinarios, que crecen en pueblos polvorientos y después se casan y tienen algún hijo y luego trabajan aquí o allá y después mueren, sin dejar, qué duda cabe, ninguna huella a su paso, ni hacer cosas trascendentales para su país ni para sí mismos. Sin embargo, la narración de “lo que les pasa” es tan profunda, tan bien lograda, que nos resultan personajes entrañables y, entonces, esa maraña de historias personales ordinarias se convierte, sin temor a exagerar, en toda una epopeya (utilizando mal el término, claro), en una gran historia, emocionante y reveladora. Inolvidable. Una historia extraordinaria compuesta por historias personales ordinarias. Al terminar de leer la novela, como sucede con La casa verde o La guerra del fin del mundo (otras excelentes novelas de Mario), uno tiene la impresión de haberse sumergido en un microcosmos, en un mundo aparte de este mundo. Uno tiene la impresión de haber vivido y sufrido y amado y odiado en el Perú, el complejo Perú de los años cincuenta.

Vargas Llosa menciona, en su prólogo a la edición de Alfaguara, lo siguiente: “Todavía peor que los crímenes y atropellos que el régimen cometía con impunidad era la profunda corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones, envileciendo la vida entera”. A través de las muchas historias que se narran en sus páginas, la novela nos muestra que la política, y en este caso la mala política, lo afecta todo, influye hasta en los actos más íntimos y privados (quizá por eso mismo los más importantes) de la vida de los seres humanos. La corrupción que “irradia” desde el centro del poder condiciona, y termina por unir, los ordinarios pero complejos destinos de los personajes, convirtiéndolos en personas llenos de frustración y de nostalgia por aquello que “pudieron haber sido” y que ya nunca serán.

El tema clave de la novela son las flaquezas de los personajes, las debilidades y las miserias de su espíritu, su propensión ya sea a la torpeza o a la maldad. Sumidos en la ignorancia y en los prejuicios, sus actos están determinados por la depresión de su mundo, por la tristeza y pobreza de sus pueblos y caseríos, por la suciedad e, incluso, la fealdad de sus ciudades. Aún cuando muchos de sus personajes son miembros de la aristocracia, senadores, ministros de gobierno, empresarios, todos están “enfermos”, podría decirse, de los vicios que los unen a todos, ricos y pobres.

Una novela muy recomendable. Como mexicano que eres, lector (a), te sentirás bien identificado por ciertas situaciones y muchos personajes.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

pues muy bien Lex, has logrado que me interese en la lectura de éste libro, me ha intrigado de verdad. en fin, suerte con la escuela y nos vemos luego. Atte, Sasha.

Alexandro dijo...

Ho ¡¡¡ El misterioso Sasha, jajaja. Saludos.

Anónimo dijo...

jajajaja chin cómo me encontrasteS jajaja saludos alex, préstame un libro de vargas llosa pues, no he leído nada :S

Alexandro dijo...

pues después de horas y horas de intensa busqueda, nadu, jejeje.

cuando quieras el libro, loo loo.

Alexandro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.