martes, 11 de enero de 2011

Espejos


Recuerdo que era un día nublado. El ruido era, todavía, excesivo. Y sin saberlo caminaba el sendero que caminaría tantas veces, bajo distintos signos, bajo distintos dioses. El camino, las calles, que se volverían una sola calle larguísima; me parecía, hace tan poco tiempo, inagotable.

Después vino la lluvia: esa lluvia y no otra. Esa tarde que cayó del cielo o que salió de entre el asfalto, de entre la gente, los carros, los camiones urbanos. Esa lluvia que era la primera: la más pura. Yo me hice amigo de esa lluvia, y caminamos los dos juntos, despacio, conociéndonos: yo dejando que me mojara, que me empapara de pies a cabeza; ella dejándome atravesarla, permitiéndome habitarla como si fuera mi casa y con la confianza y alegría (si, alegría) con que se reencuentran dos viejos amigos que no se habían visto desde hacía muchas, innumerables vidas. Cuando, a pesar de mi, regresé a mi casa, antes de entrar me paré en medio de la calle, que era un río, extendí los brazos y comencé a brincar, riendo, como un niño o un loco.

Recuerdo, también, otros símbolos: mi memoria es una tumba que es un libro que es un pozo que es un laberinto, y yo desciendo en ese pozo y no encuentro el fondo, ya no se escucha, de tan profundo, ni siquiera mi voz; yo me pierdo, irrevocablemente, en ese laberinto, y suelto, con una misteriosa seguridad, el hilo que desea resguardarme y que me guía. Un símbolo recurrente: una mujer que baila con el fuego, que se parece a la muerte, y que termina por atraparme con unas cadenas que yo acepto como quien se lanza a un abismo. Uno más: una casa donde las palabras son alcohol y el alcohol más que una palabra. Esa casa, recuerdo, tenía una abertura en el techo que siempre me intrigó: parecía una puerta clandestina del cielo.

Los símbolos son demasiados. Cada que tomo conciencia de ellos tengo la sensación de que el tiempo sólo acepta dos interpretaciones: o es una ficción, un espejismo de la mente, o es un camino, un territorio y un mar. Esta última opción no la comprendo, pero ahí estaba ya y no ha sido culpa mía.

3 comentarios:

Taun We dijo...

Muy bueno, me ha costado entender algunas partes; supongo que cada quien mira lo que desea. Cuando hablas de la lluvia es muy similar a tener una mujer entrañable que nos dejar reposar en sus brazos para luego soltarnos y solo observarla desde lejos. Creo que al tiempo no le importamos y transitamos por el aun cuando su velocidad nos fastidie, siempre seremos unos intrusos que se atreven a renegar de él. Tu texto me hace pensar mil cosas... sé que me equivoco pero al final es lo que tengo.

Saludos =P

Alexandro dijo...

No hay interpretación incorrecta de ningún texto si es, como tú dices, lo que tienes, lo que te queda del texto. Ni siquiera la interpretación del autor en cuestión puede considerarse, necesariamente, la correcta.

Lo que comentas de la lluvia puede aplicarse, con toda facilidad: al escribir de aquello que amamos, tendemos a hacerlo como quien escribe de un amante, propiamente dicho, aún cuando el "sujeto" de dicho amor no sea un ser humano sino un objeto, un concepto, etcétera.

Saludos, Taun We.

Alexandro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.