sábado, 24 de diciembre de 2011

Escrito desde una oficina

Las cosas van y vienen, e igual la gente. Hace unas noches (apenas unas cuantas noches), eran mujeres y hombres como sombras; muchachas con ojos de lince, con un gato oscuro y sigiloso en lugar de alma, que no podían (que no debían) hablar más que de esos volúmenes innumerables que habían leído o que leerían después, deslumbradas; muchachos que discurrían sobre el mundo y sus perplejidades a gritos, oliendo el humo y el vómito, y cuyo palacio eran cuatro paredes ruinosas y una mesa en el medio. Las cosas van y vienen y ahora los rostros no son los mismos, ni el paisaje. Estoy sentado frente a la computadora, escribiendo o fingiendo escribir: frente a mi, un ventanal y dentro del ventanal, la calle (el ventanal está colmado de calle) y dentro de la calle hay carros y gente y me llegan ruidos difusos, como si yo estuviera dentro de una pecera. Mi trabajo es la frugalidad de las cosas: la importancia de no tener nada.

2 comentarios:

Eva Bertlen dijo...

Estuvo chévere esto, Alex. con eso de los muchachos discurriendo a gritos no sé por qué nos recordé :P.

Siento -quizá porque yo lo sufro a diario- cierto recelo por la madurez laboral forzada. Por la independencia coartada por el imperio de un escritorio y una computadora.

Pero seguramente es mi imaginación.


Un saludo afectuoso :)

Alexandro dijo...

Yo creo que ese recelo, que ciertamente está en este texto, es algo que todos sentimos, en algún momento. Ahora bien, no hay destino mejor ni peor...

Pero, seguramente, es mi imaginación, jejeje.

Saludos afectuosos, también.