jueves, 25 de febrero de 2010

Los unificadores



Hace poco, alguno de los presidentes de América Latina se despertó, quizá después de una tremenda borrachera, y a pesar del dolor de cabeza, las nauseas y la incómoda sensación de resequedad en su boca, tuvo una idea que, en aquel momento, él juzgó brillante: unifiquemos a Latinoamérica ¡¡¡, digo, si los taimados europeos pudieron, pues que nosotros no podremos de plano, por cuestiones de torpeza genética? (Se sospecha que semejante delirio fue obra de Hugo Chávez después de una opípara cena, de Felipe Calderón o del camaleónico Lula, luego de una parranda de antología en el soberbio carnaval de Río de Janeiro).
Llegaron todos a Cancún, muy contentos pues, evidentemente, es difícil no estarlo mientras se pasea por las blancas playas mexicanas, llenas de mujeres muy atractivas y semidesnudas caminando en derredor. Hasta el fosilizado Raúl Castro parecía dar señales de vida, mientras que a Evo Morales, benemérito prócer patriótico del hermanísimo pueblo boliviano, lo confundieron en diversas ocasiones con el encargado de alguna lancha turística cercana. A juzgar por las fotos, por las primeras, parecía más un reencuentro de antiguos amigos de universidad que una cumbre internacional.
Atacados todos, en su nivel cerebral, por el intenso calor y la constante visión de féminas en pocas ropas, comenzaron a decir y hacer, por decirlo de un modo civilizado, puras pendejadas. La primera es la idea misma de que una región del mundo tan dispar como Latinoamérica, con muchos países diminutos en el Caribe que ni siquiera hablan español ni portugués ni ninguna lengua parecida, pueden unificarse; esto sin contar la notable diferencia cultural que existe entre, por ejemplo, Bolivia y Argentina, o entre México y Uruguay. Si alguien discrepa de mi con el argumento del ejemplo europeo, que se unificó a pesar de hablar muchos idiomas y de tener diferencias culturales, arremeteré con la siguiente y lujuriosa idea: no hay modo de que Uribe de Colombia, Piñera de Chile o Alan García de Perú se entiendan con Chavez, Evo “El lancherito” Morales o con Rafael “El chulo” Correa, de Ecuador. Se trata, pues, de una lucha ideológica que en el resto del mundo ya finalizó, pero que hemos reciclado en Latinoamérica: la derecha y la izquierda democráticas contra la izquierda irracional y probadamente obsoleta.
Ya entrados, las cosas simplemente surgieron por sí mismas: crearon, o al menos hicieron el primer esbozo, una organización que excluyera a los Estados Unidos y a Canadá (se sabe que, al conocer la terrible noticia, Obama pegó de gritos y comenzó a especular, con lágrimas en los ojos, porqué la vida le daba un golpe tan pasmoso, negándole la oportunidad de hacer jugosos tratos empresariales con el fortísimo Lancherito andino). Para no perder la costumbre, declararon a los cuatro vientos su enojo por el embargo económico que los Estados Unidos mantiene sobre Cuba, pero la lengua se les trabó, inevitablemente, cuando pensaron en decir algo en contra de una dictadura que lleva más de cincuenta años en el poder, sin elecciones, sin partidos, sin prensa ni televisión ni radio libres, oprimiendo a pensadores, opositores y a simples ciudadanos y empobreciendo, en todos los sentidos, a los cubanos. No invitaron, como si fuera un apestado, a Porfirio Lobo, el nuevo presidente, elegido democráticamente, de Honduras, considerándolo un golpista y un antidemocrático, pero aceptaron entre sus filas a Hugo Chávez, que intentó llegar al poder con un sangriento golpe de Estado en contra de un gobierno, ese sí, plenamente democrático y que ahora, ya en el poder, nacionaliza a su antojo, derrocha el dinero de los venezolanos, insulta y agrede a sus opositores políticos como si fueran enemigos de guerra y censura y acalla a televisoras y estaciones radiofónicas que se atreven a criticarle, aunque sea de modo sutil.
¿Cómo puede Felipe Calderón hablar de democracia, respeto a la legalidad, tolerancia con las opiniones divergentes o plenamente contrarias ante personajes como Chávez, Castro, Evo Morales o Daniel Ortega, de Nicaragua?
Mientras Raúl “El fósil” Castro aplaudía los discursos sobre los derechos humanos que se escucharon en tan absurda cumbre, en su feudo, en Cuba, un hombre llamado Orlando Zapata, preso político, moría. Estuvo en huelga de hambre en una cárcel en La Habana durante 85 días, protestando por los abusos y las palizas a los que era sometido constantemente por el personal de la prisión. No recibió ayuda médica sino poco antes de morir.

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