
Iba a escribir que todos andamos como muertos,
que nuestras alegrías son crueles espejismos
y que nos damos de topes contra ellos y la cara nos sangra,
tarde o temprano.
Iba a escribir que el tráfico de la ciudad nos consume
y que nos corroe la sangre un rencor tan viejo que ya no es nuestro,
y sería válido escribirlo.
Pero mejor escribiré que tus ojos son más oscuros
que las calles más remotas y mas ajenas,
que tu piel, fina y acuática, es el fruto
de la vaga figura que mis pasos han formado
y que tu llanto es nuevo, único bajo el sol
y puro y quisiera que así fuera por siempre.
La ciudad se ramifica y siempre me había intrigado
el misterio del centro, del eje de dicha perdición: la raíz.
Hasta ahora la conozco.
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