El anterior de mis poemas demuestra lo que es capaz de producir un hombre desconcentrado y de pocas luces como yo: un poema espantoso. Me di cuenta de ello, desgraciadamente, cuando ya lo había subido, y no me gusta eliminar algo que ya he aceptado. Por tanto, lo retomé y le cambié su forma, más no su contenido, pasándolo a prosa, borrando y agregando palabras. Cambié la voz narrativa: el poema está en primera persona y éste tiene un narrador omnisciente, lo que me ha permitido crear, como tal, a un personaje, que de hecho era la (frustrada) intención original.
Creo que ha quedado un poco mejor, o al menos estoy más a gusto con lo que ha resultado. Les corresponde a los lectores el juicio final.
La búsqueda
Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.
En un desierto, que ya no es el mismo, un hombre buscó a Dios y se supo fracasado desde el principio: no poseía la energía mística de los profetas ni la prodigiosa resignación que se requiere para lanzarse al abismo de la fe. Era, sin embargo, un curioso y un terco y, por ello, su derrota fue triple.
Habló, primero, con aquéllos que decían haber conocido a Dios, pero en la maraña de conversaciones no encontró lo que buscaba: eran hombres como ciudadelas amuralladas, como ciegos y hermosos Minotauros refugiados en su laberinto. De este primer fracaso emergió la soledad.
Se metió en la Biblioteca y de allí no salió en muchos años. Desde las primeras páginas comprendió que había errado, otra vez, su camino: entre los estantes (tantos y tan grandes que parecían, que eran, una ciudad de fantasmas) no encontraría Su Rostro, sólo su rostro, su rostro humano y bajo y lleno de mal. Lleno de tiempo. Pero era maravilloso hundirse en el error. Años después, volvería a sentir la luz del sol en su piel ya arrugada, en sus ojos deslumbrados.
No le quedaba más que su espíritu. Descendió a él, a sí mismo, como quien desciende a los infiernos. Lo primero que notó fue la hostilidad del paisaje. A lo lejos, en mitad de un páramo, se elevaba un castillo y frente a sus puertas un hombre y un dragón. Estos luchaban entre sí, pero hacía tantos años que mantenían su batalla, y tanto se conocían, que parecían estar jugando o bailando. Sin embargo, al amanecer de un día muy cercano, uno de los dos tendría que morir. El guerrero era él mismo, y su rostro era fiero e infatigable.
Decidió suspender la búsqueda. La zarza era demasiado luminosa, la voz de la zarza demasiado verdadera.
4 comentarios:
Es precioso Alexandro, un abrazo para ti, cuan verdadero es mi camino cuando lo descubro,
Es precioso Alexandro, un abrazo para ti, cuan verdadero es mi camino cuando lo descubro,
Voy a leer la primera versión, esta segunda versión se lee muy prometedora y muy interesante, con rasgos algo místicos, me gustó, un abrazo
llegué navegando vía Carmen Troncoso
Gracias, Mixha. Espero que haya logrado una mejora entre el primero y el segundo texto.
Nos leemos.
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