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Habría que batallar con las palabras. Batallar: entrar en batalla. Combatir. Pero hacerlo para morir en ese curioso campo de batalla de los símbolos y los desnudos significados. Nuestra derrota sería la victoria más grande de todas. Permitir que la espada, destinada y fatal, de una palabra nos atraviese el corazón. Atraviese el tiempo.
Mi pasado está hecho de palabras y yo soy lo que soy por mi pasado. Siendo así, todo tiene sentido: si el pasado es una estructura lingüística, una minuciosa narrativa, entonces es literatura y, por eso, tiene sentido. Hay un orden y yo puedo penetrar en él, igual que un exégeta ante un texto complejo, casi infinito.
Las palabras de mi pasado son algunos frescos amaneceres y un atardecer que llenó de sangre al cielo; son el mar y el olor del mar y la certeza de estar frente a algo indomable, cercano a los dioses más remotos; son algunas personas, unas calles frías, dos o tres casas.
2 comentarios:
Una extraña reflexión, la siento como una manera de ver ciertas cosas a las que nos enfrentamos día a día, vernos en las palabras... misterioso e interesante a la vez.
Saludos.
Saludos, Aysen.
Es una reflexión sobre el pasado, al cual nos enfrentamos día a día.
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