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Cuando comparamos la juventud de nuestros tiempos con la juventud pasada, resulta que vemos una diferencia muy importante: la intensidad de la participación política de las juventudes de la década de los sesenta y los setenta con respecto a la nuestra. El año de 1968 es un caso ejemplar para lo que digo: miles de jóvenes, universitarios o no, a lo largo y ancho del mundo, se sacudieron el polvo del conformismo y decidieron actuar. En ese año, el socialismo (todavía iluminado por la triunfante Revolución cubana, que había ocurrido nueve años antes) estaba en su punto más álgido y las universidades y los sindicatos de Latinoamérica comentaban, admiraban y querían imitar la hazaña de Fidel Castro, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos y los demás barbudos, tomar las armas, tumbar al gobierno “aliado del imperialismo” y comenzar así el mandato del proletariado. Estemos o no de acuerdo con estas ideas, lo cierto es que, inspirados por ellas, la juventud fue la principal fuerza social que provocó que en México, Francia, los Estados Unidos, Japón, China, Inglaterra y muchos países de Europa del Este, como Checoslovaquia, Hungría y la misma Unión Soviética, ocurrieran, de manera casi simultánea, revueltas sociales, revoluciones o bien, ya en los extremos, movimientos armadas o guerrillas.
Las diferencias entre los diferentes movimientos del 68, alrededor del mundo, son fundamentales, pero no esenciales. En los Estados Unidos, por ejemplo, grupos de universitarios (principalmente de la Universidad de Berkeley) protestaron en contra de la muy impopular intervención del ejército norteamericano en Vietnam, que ya había causado una enorme cantidad de muertos, tanto de militares americanos como de soldados y civiles vietnamitas. En nuestro país, se trato de un conflicto más complejo en el que los jóvenes pedían, exigían, el cese a la represión de parte del gobierno priista. En cambio, en países dominados por la Unión Soviética, la inconformidad era a causa de la completa falta de libertades civiles que el gobierno comunista de Moscú mantenía sobre los ciudadanos, dentro y fuera de lo que hoy es Rusia. Ante todo esto reaccionaron, bien por ellos, los jóvenes de aquellos años, pero no fue su único campo de acción. Una importante generación de cineastas, escritores y artistas en general surgió en Occidente, renovando lo que ya estaba firmemente establecido, rompiendo reglas, creando nuevas formas de entender el mundo.
Hoy, esto ha cambiado. Hace poco, el Presidente de México, Felipe Calderón, dijo (más o menos, porque no recuerdo las palabras exactas) en un Foro Mundial, que la juventud de hoy “ya no cree en nada”: no cree en el capitalismo salvaje, pero tampoco cree en el socialismo, que murió, en muchos casos, antes de que nosotros naciéramos. Lo que Calderón dijo es, a mi parecer, cierto. Dejando atrás la política, los valores religiosos se han desvirtuado y son minoría los jóvenes que realmente cumplen con las reglas que el cristianismo propone. Piensen ahora en el arte: los jóvenes se han alejado de la creación estética y aquél boom de la literatura latinoamericana, encabezada por el mexicano Carlos Fuentes, el peruano Mario Vargas Llosa y el colombiano Gabriel García Márquez, resulto ser, por decirlo de algún modo, “flor de un solo día”. La tradición de calidad y cosmopolitismo, que los tres autores mencionados inauguraron, no se continuó: no la estamos continuando, no la estamos enriqueciendo, ampliando y, ni de lejos, mejorando.
Creo que nuestra generación (hablo, para mejor definición, de aquellos que nacimos en los ochenta o principios de los noventa) corre un gran riesgo: el riesgo de perder la oportunidad de ser considerada una generación renovadora, una generación creativa. No estamos creando nada. No estamos participando, al menos no en gran medida, en los principales debates de nuestro tiempo. No nos estamos haciendo oír en los debates políticos, que hoy en día son de mucha importancia. Las siguientes son preguntas para las cuales nuestra generación no tiene, ni está intentado tener, respuestas: ¿Qué vamos a hacer para levantar la economía y sanar los mercados ante la presente crisis financiera? ¿Cómo vamos a responder ante el reto que nos presenta el calentamiento global? ¿Cómo vamos a competir con Japón o Taiwán o muchos otros países en cuestiones tecnológicas y científicas? ¿Qué podemos aportar, que sea nuevo, que sea nuestro, para la literatura, la pintura, la música?
Las generaciones pasadas, mal o bien, hicieron frente a los problemas de sus años, por medio de la política, el pensamiento, la acción y la creatividad. Las generaciones pasadas, mal o bien, no se quedaron calladas. La nuestra, desgraciadamente, corre el riesgo de pasar a la historia como una generación muda. Entonces, hay que hablar.