martes, 28 de diciembre de 2010

De armas tomar


El tiempo, dicen los físicos, existe realmente. Pero el año, este año, solo ha existido en nuestra mente. El tiempo es uno solo, es un solo gran cuerpo de serpiente que va extendiéndose, poco a poco, de modo infinito. El año, este año, es una escama de la piel rugosa y siempre cortante de la serpiente del tiempo.

Para mí, este año se estanca, como que se detiene, en esa frágil muralla de veladoras que rodea Palacio de Gobierno, en Chihuahua capital. Una muralla silenciosa, fría como lo es todo en estos tiempos, en estas tierras. En nuestro desierto. Para una mente muy imaginativa que vea, a lo lejos, la línea de las veladoras, éstas podrán ser la sangre de Marisela Escobedo que, en lugar de secarse, se ilumina. La sangre que se enciende. Pero no lo es.

Yo espero que el año 2011, esa división de lo que no es posible dividir, encuentre a los que habitamos en estos páramos con los ojos tan abiertos que nos duelan, con los puños tan apretados que nos sangren, con la voz tan alta y clara que llegue a aturdir, a herir los oídos sordos o apáticos. Yo espero que el año nuevo nos encuentre de armas tomar.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Marisela Escobedo


El caso de Marisela Escobedo, la activista social asesinada hace unos días en la capital de Chihuahua, hace notorio un aspecto terrible de nuestra sociedad: la soledad de aquellos mexicanos que exigen cuentas a un Gobierno, ya sea el federal, el estatal o el de algún municipio.

Ningún gobierno, y esto ya lo tendríamos que aprender, cambia por sí mismo: el gobierno es poder y, como tal, tiende a extenderse y eliminar, o al menos tratar de eliminar, los obstáculos que encuentre durante su expansión. Esa es la naturaleza del poder y no hay modo de cambiar dicha naturaleza. No podemos cambiarla, pero sí podemos contenerla, controlándola por medio de límites bien establecidos y lo suficientemente firmes como para resistir su embate. La ciudadanía puede, pues, gobernar al Gobierno, siempre y cuando se constituya como ciudadanía. Una persona, un solitario ciudadano, siempre saldrá perdiendo en su titánica batalla en contra de los excesos y las crueldades de un Gobierno.

La muerte de Marisela Escobedo duele y enfurece por muchísimas cosas: se trata de una de las historias mas crueles y negras de los últimos años en este país. Pero cuando yo vi el video, esto fue lo que más me dolió, lo que más me enfureció: varias veces, durante las últimas semanas, pasé por la Plaza Hidalgo, en donde ella sería asesinada, y ni siquiera me paré a leer las mantas que ella y su familia habían instalado en los postes de luz cercanos, en donde había una fotografía del asesino. En alguna ocasión, ya de noche, la llegué a ver, rodeada de unas pocas personas (seguramente miembros de su familia) en la misma plaza, y jamás me detuve, jamás me di el tiempo de saber quién era y qué cosa exigía. Jamás escuché su protesta. Nadie la escucho, ninguno la escuchamos.

Su muerte indigna porque estaba sola, completamente desamparada. La dejó sola el Gobierno, de todos los niveles, que ahora nos vienen a contar que le habían puesto seguridad. Pero la dejamos sola también nosotros, ahí, sentada en frente del apático y sordo Palacio de Gobierno. No la hubieran matado si no hubiera estado tan sola.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El otro discurso


Y siguen los papeles secretos de la diplomacia estadounidense, esos chismes que, de pronto, se van poniendo más serios. Continúa, igualmente, el debate ético sobre si está bien o está mal que Wikileaks haya dado a conocer toda esa información.

Por un lado, es cierto que todo gobierno funciona, de algún modo, en base a secretos. Es decir, todos los gobiernos, incluso los más democráticos, tienen dos discursos: el público y el privado. El público es lo que nos dicen las noticias y el privado (que en ocasiones puede, claro, coincidir con el público) es aquél que no nos dicen, pero que es, en última, el verdadero. Todo gobierno funciona de tal manera.

Por otro lado, yo, que me considero un permanente lector de noticias, estoy hasta el carajo de sentir que no leo, en realidad, nada verdadero en dichas noticias: estoy cansado de sentir que estoy siendo engañado por los periódicos y por los noticieros, que aquello que me dicen, la información que me dan, no es nada más que un teatro, una ficción, una cortina de humo, para cubrir lo verdadero: para cubrir la verdad.

Por eso, me parece fantástico que Julian Assange (sin querer endiosar o algo por el estilo a dicho personaje) se haya atrevido a publicar toda esta información que nos da a conocer, a fin de cuentas, ese “otro discurso”, el privado, de muchos gobiernos, no solamente del de Estados Unidos, al menos en lo que se refiere a la política externa y, claro, sólo en ciertos temas.

Además, Wikileaks es solamente un medio de comunicación. Assange no le robó a nadie la información que dio a conocer, él simplemente publicó aquello que otro ya se había robado y que le hizo llegar. Si se condena a Wikileaks, entonces habría que condenar también a los otros medios de comunicación que han dado a conocer los cables secretos. Lo cual, claro, sería una completa idiotez.

Varguitas de fiesta

Es un gusto ver llorar y reír a Vargas Llosa en esta su celebración, esta su fiesta, del Nobel. Que suerte de no tener la suerte de un Borges, quien merecía este premio y que, tontamente, se quedó sin él. Por cierto, en respuesta a la pregunta de a quien le daría el Nobel, Vargas Llosa dijo que resucitaría a Borges para otorgárselo.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Chismes "ultrasecretos"

Algunas notas sobre la enorme cantidad de información clasificada que WikiLeaks ha hecho pública, con la ayuda de algunos diarios de alcance internacional, entre ellos, el único en español, El País, de España.

Primeramente, valiente el tal Julian Assange, director de WikiLeaks. No es la primera vez que causa polémica, ganándose poderosos enemigos, con la información que revela: recordemos el muy visto video en donde, desde un helicóptero de combate, soldados estadounidenses en Irak matan a un par de reporteros de Reuters. Después, reveló miles de documentos “secretos” del Gobierno de los Estados Unidos sobre la guerra de Irak y de Afganistán, y ahora, esto último: miles de informes clasificados, comunicaciones entre las distintas embajadas norteamericanas en el mundo con su central en Washington. Una auténtica bomba mediática. Ahora, sus enemigos, que no son pocos y a los cuales no les faltan recursos, lo están buscando.

Segundo: en El País salió un reportaje, apenas hoy, en donde se habla de que estos informes “desnudan” a los Estados Unidos. En realidad, no hay nada nuevo, al menos hasta el momento. Nada que no sepamos ya: la desconfianza de los Estados Unidos hacia Rusia; los intentos de contener el poder regional de Hugo Chávez; la idea de que México ha fracasado en su guerra en contra del narcotráfico y el crimen organizado. Lo demás son, simplemente, chismes políticos, muy rentables mediáticamente, claro. Siempre será divertido saber que Gadafi tiene una debilidad muy humana hacia su muy despampanante enfermera rubia. Pero ni siquiera los chismes parecen ser muy nuevos: todo el mundo sabía ya de la personalidad “festiva” en exceso (para un primer ministro) del italiano Silvio Berlusconi. En realidad, quien queda mal parado no es tanto Estados Unidos, sino aquellos acerca de quienes hablan los informes supuestamente tan secretos.

Tercero: Estados Unidos, al menos buena parte, ha reaccionado de una manera, por decir lo menos, exagerada ante esta situación. La campestre Sarah Palin, ex candidata a vicepresidenta por el Partido Republicano, ha pedido que se persiga a Julian Assange como si se tratase de Osama bin Laden. Y algún otro político republicano, de quien no recuerdo el nombre, ha pedido que se fusile a Assange a causa de su alta traición. Curioso, porque Assange ni siquiera es estadounidense.

Mejor sería dejar de una buena vez esa malísima vibra y proteger mejor sus documentos “secretos”, de tal modo que ningún soldadito de 22 años les pueda generar (como en efecto se los generó) este escándalo de lavanderas planetarias.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Las palabras

Sencillamente escribir. No es que no me importen las grandes historias, esos argumentos que pueden, con tanta facilidad pero utilizando algo que se parece a la magia, cambiar vidas. La aventura del Quijote y su amplísima significación; los mitos fundadores del mundo greco-latino; la estirpe apasionada de Cien años de soledad y esa historia amarga, sepia, que a mí me cambió la vida, que me transformó: la conversación entre Zavalita y Ambrosio en La Catedral, en medio de borrachos, narrada por Mario Vargas Llosa. No es que estas historias no me importen, pero creo que yo no les importo a ellas. No quieren hablar conmigo.

Excavar en mi pasado, o en esa curiosa forma del pasado llamada memoria, y entonces, de pronto, ver aparecer, como un fantasma o un demonio en medio de la oscuridad, una historia. Ahí están las palabras, y entonces sentir como ya no soy yo quien escribe, ya no soy yo quien se expresa: es el otro, el que realmente soy, el que utiliza mi cuerpo y mi pensamiento y mis hábitos y mis vicios para ocultarse, para que lo dejen en paz. Es su boca sin dientes la que habla. Son sus manos tan frías las que escriben. Son sus palabras las que aparecen, ante mis ojos incrédulos, en la hoja en blanco.

Simplemente narrar. Sin juicios, sin prejuicios, sin límites. Y el mundo, la casa, la escuela, la calle, el rostro de un amigo, la sangre de la víctima, cambian y se convierten en símbolos, en pozos sin fondo, en bosques donde es tan fácil, tan grato, extraviarse.

martes, 23 de noviembre de 2010

Un laberinto


El principal obstáculo para vencer al crimen organizado, concepto tan complejo y extenso, es el hecho de que México, pareciera, no es un país lo suficientemente fuerte. Ojo: el Estado mexicano es fuerte, pero México no lo es, no lo suficiente. Un país no es lo que es su gobierno, sino lo que es su gente, su pueblo, su ciudadanía. Y la ciudadanía de México, en una buena parte, no es una ciudadanía fuerte, organizada y combativa. De este modo, es terriblemente fácil que los narcotraficantes, los asaltantes y los extorsionadores (que no son lo mismo, necesariamente) se vean protegidos y apoyados por el pueblo.

Al momento de lanzar esta ofensiva contra los cárteles de la droga, el gobierno federal, es decir Calderón y su gente más cercana, calcularon mal, cometieron errores al visualizar la situación del país y, sobre todo, la respuesta que tendría, ya en el terreno de guerra, el pueblo ante dicha ofensiva. México está inmerso en una cultura de la criminalidad y de la corrupción desde hace ya demasiado tiempo y prácticamente todos hemos crecido en esta cultura, o incultura, incluyendo, evidentemente, a aquellos que ejercen como policías o soldados. De este modo, al agitar el avispero lo que ocurre es que el país entra en crisis: el gobierno, al menos una parte del mismo, está atentando contra su “estilo de vida”, contra sus hábitos. Nadie, o muy pocos, apoyan realmente, en la práctica, al gobierno federal, que se queda solo.

Creo que lo que más nos preocupa a los que vivimos en este país es la terrible descomposición social que está ocurriendo, principalmente en algunas zonas muy localizables como en la ciudad en la que vivo. Eso es lo que sentimos, lo que vemos día a día: cada vez más policías federales, cada vez más soldados patrullando pero, contradictoriamente, cada vez más historias de sangre entre nuestra gente cercana, cada vez más balaceras por las noches, cada vez más parientes cuyos negocios están a punto de cerrar por las temidas extorsiones, cada vez más muertos sin explicar y más asesinos sin castigar. Cada día, cada noche, las calles más inseguras, las mismas calles que hace un año estaban llenas de gente, las mismas por las cuales solíamos caminar pacíficamente, ahora son calles amenazantes, peligrosas, que nos obligan a mirar sobre nuestros hombros, buscando en los rincones al posible asaltante que de pronto se convierte en homicida, viéndonos con recelo, con miedo, los unos a los otros. Los chihuahuenses, antes confiados, antes seguros entre los nuestros, ahora nos tenemos miedo y sentimos que, si tocamos el claxon, si miramos de modo “incorrecto” o simplemente si tenemos mala suerte, podemos morir.

Y lo que sucede es que México no está, en estos días, para tales sacudidas. Somos un país demasiado anacrónico en tantos sentidos, somos un país que batalla tanto para adaptarse, para entender una situación de peligro y cambiar lo que sea necesario con el objetivo de no salir tan mal librado. De ahí, a fin de cuentas, esta descomposición de nuestras ciudades, de nuestra gente, de nuestra juventud: estamos ante una crisis moral, ante un dilema ético, que nos rebasa como pueblo, como entidades cívicas. Creo, sinceramente, que no somos país para tanto: el crimen organizado, en cualquiera de sus variantes, tiene un objetivo en común, aún cuando luchen entre ellos: todos buscan lo mismo y están de acuerdo en ciertas cuestiones fundamentales. Nosotros, los de este lado, no estamos de acuerdo en nada, no escuchamos a nadie y no tenemos un fin común.

Visto de este modo, pareciera que nos encontramos (y esto se ve en cualquier debate sobre este tema) ante un laberinto demasiado intrincado. Frustrantemente oscuro.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La filosofía y la sociedad


Por el día mundial de la filosofía, la Facultad a la cual pertenezco organizó un debate entre los maestros de la Licenciatura de Filosofía para que hablaran, y preferiblemente discutieran, sobre el estado actual de la filosofía y sobre el papel del filósofo en la nuestra sociedad.

En efecto, fue un debate. Me temía yo el aciago resultado de una simple ponencia, una especie de mesa panel, en donde los profesores dijeran sus cosas y después se retirasen sin entrar nunca en un interesante y acalorado conflicto de opiniones. Curiosamente, el conflicto, o el debate, no se dio mucho entre ellos, sino entre ellos y el público, el cual estaba compuesto por otros profesores, bastantes alumnos de dicha licenciatura (con algún raro de Letras, como yo) y dos o tres sujetos un tanto misteriosos, de traje y con aspecto de haber pertenecido a la Facultad hace como cincuenta años, quienes fueron los que opinaron por la parte de los oyentes. El debate comenzó porque el profesor Pallares (que entiendo es una especie de maestro de maestros en esa licenciatura) dijo que los filósofos no están hechos para “transformar” a la sociedad, que son otros, como los ingenieros, según él, quienes están “preparados” como para transformar el mundo. Después, algunas personas del público rebatieron esto con el argumento de que los filósofos están “mucho más preparados, desde el punto de vista humano”, según uno de los hablantes, para dirigir a la sociedad hacia un estrato superior y más benigno. Así, a grandísimos rasgos.

Yo pienso que ni una ni otra, sino todo lo contrario. Es decir, creo que los filósofos y las clases intelectuales de este país, al menos, y quizá del resto del mundo, están más preocupados por debatir entre ellos mismos que por meterse de lleno a los problemas, con los pies en la tierra, para resolverlos. O al menos para ayudar a resolverlos. Ha habido excepciones, claro, pero más bien en el pasado, y no en este momento. Me gustaría que de la licenciatura en filosofía salieran, por ejemplo, algunos de nuestros políticos, algunos de nuestros diputados o senadores o alcaldes, cosa que no ocurre muy seguido. Por el contrario, las carreras humanistas se han relegado a sí mismas despreciando, por ejemplo, a la actividad política por considerarla “corrupta” e “inservible”, sin darse cuenta de que es, de hecho, el único medio de cambiar, para mejor o para peor, al mundo. La política no es corrupta en sí misma, lo corrupto son los políticos, esos que van de un puesto a otro, simplemente para seguir viviendo del presupuesto, pero perfectamente un político puede ser también un hombre culto y honesto, elevando entonces el nivel político en un país.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Sobre bosques y abismos


¿Se puede enseñar a vivir? ¿O sólo podemos aprender por nosotros mismos? ¿Podemos guiar por los caminos correctos, como si la vida fuera un bosque? ¿Podemos mostrarles, a los que apenas vienen a esta vida, a los que ya se acercan a este fuego, en donde están los abismos, en donde los pantanos, por donde no deben andar? ¿O acaso esos que apenas llegan al mundo no pueden escucharnos y tienen que caer, irremediablemente, en los mismos abismos en los cuales nosotros caímos y tienen que hundirse en los pantanos que sepultaron nuestros huesos? ¿Puedo yo enseñar a alguien a vivir? Para enseñar algo, debo primero saberlo, ¿yo sé vivir?

sábado, 9 de octubre de 2010

Poema y justificación


Ya sé que muchos dicen, y llevarán razón en sus dichos, que un poema no debe ser defendido por el poeta o (como me parece muy altanero decirme poeta) por el autor. Pero me resulta irresistible hacerlo y declarar a los cuatro vientos que no es, no ha sido y no será mi intensión el hacer un “poema a la patria”, uno de esos cándidos poemas que comienzan con un “Ho, patria mía, que has dado tu seno a beber” o alguna paparruchada por el estilo.

Simplemente, considero que la Historia, cualquiera, resulta muy poética. La Historia de un país, de una ciudad, de un libro, de una persona (biografía), de una religión, etc.., está hecha, en realidad, de imágenes, y ya sabemos todos el papel tan importante que estas tienen en la poesía. La Historia de México me parece muy poética. Aunque, a decir verdad, resulte muchas veces en un poema curiosamente tragicómico.

Esto es la primera parte de “Visiones de México”, título no definitivo, por cierto.

I

Un desierto, un valle. La selva.

El cielo que es el mismo y siempre otro.

Hombres mudos que inventan el río,

hombres mudos que hacen hablar a la piedra y al mineral.

Las murallas caen. Los templos caen, igual que los hombres.

Pero los ríos de sangre y la furia y el miedo,

los dioses que callan y dejan de creer y se desintegran

serán la semilla. La guerra es como el semen.

De la confusión, de las ruinas como el esqueleto de un gigante,

de la muerte de un árbol que no puede morir,

de una voz que no puede callar porque estuvo antes que el silencio,

viene la cruz, la catedral, las palabras de Dios.

jueves, 7 de octubre de 2010

El escribidor

Es curioso, pero hasta los más radicales críticos de Mario Vargas Llosa parecen haber suavizado, ligeramente, sus palabras y se dicen contentos por el Nobel. Dicen, casi todos, que Mario, que los libros de Mario, lo merecían, no sin, después, agregar que lo merecía a pesar de ser “derechista”, “reaccionario”, “deplorable” y demás adjetivos un tanto contradictorios. El mexicanísimo Paco Ignacio Taibo II (del cual uno se entera que es escritor cuando te lo dicen y lo lees, porque por la facha pareciera más bien taxista o taquero, sin ofender a los taxistas y taqueros) ha declarado, a la primera oportunidad que tuvo, que Mario es un ser “deplorable como ciudadano y como persona”. Solo Taibo sabe la razón de tan profunda inquina. Sin embargo, dice, Mario se lo merecía. En pocas palabras, todos están contentos. Carmen Balcells, editora y amiga de mucho tiempo atrás de Mario, ha dicho que parece, más bien, que Vargas Llosa ha ganado la Copa del Mundo.

Yo solo puedo decir que estoy bien, pero bien contento. Que me emocionó, me conmovió, muchísimo cuando, esta mañana, apenas despertando de un sueño intranquilo y convertido en insecto, me metí a internet a ver quien había ganado y me encontré con el rostro feliz de Mario, con la noticia de su premiación. Algunos me dirán, estoy seguro, que los premios no son lo importante y que, en realidad, no dicen nada, y tendrán quizá razón, pero a mí eso no me importa. Yo no estoy feliz ni por la lengua y literatura en español, ni por Latinoamérica, ni por el Perú (que no conozco) ni por nadie más que por Mario Vargas Llosa, un hombre al que no conozco en persona y el cual no tiene ni la más mínima sospecha de mi existencia, pero al cual siento muy cercano y al cual le agradezco, anónimamente, horas y horas de felicidad y de maravilla en sus libros, de la mano de sus amargos personajes, paseando por Lima y sus cantinas de mala muerte y sus avenidas y sus edificios antiquísimos, navegando por la selva del Amazonas en medio de los aguarunas y machiguengas, escuchando y conociendo a los alumnos de un oscuro colegio militar, emocionándome con las aventuras eróticas de Fonchito y de su padre y su madrastra, muriendo en medio de la batalla apocalíptica que finalizará con el mundo…