miércoles, 27 de octubre de 2010

Sobre bosques y abismos


¿Se puede enseñar a vivir? ¿O sólo podemos aprender por nosotros mismos? ¿Podemos guiar por los caminos correctos, como si la vida fuera un bosque? ¿Podemos mostrarles, a los que apenas vienen a esta vida, a los que ya se acercan a este fuego, en donde están los abismos, en donde los pantanos, por donde no deben andar? ¿O acaso esos que apenas llegan al mundo no pueden escucharnos y tienen que caer, irremediablemente, en los mismos abismos en los cuales nosotros caímos y tienen que hundirse en los pantanos que sepultaron nuestros huesos? ¿Puedo yo enseñar a alguien a vivir? Para enseñar algo, debo primero saberlo, ¿yo sé vivir?

sábado, 9 de octubre de 2010

Poema y justificación


Ya sé que muchos dicen, y llevarán razón en sus dichos, que un poema no debe ser defendido por el poeta o (como me parece muy altanero decirme poeta) por el autor. Pero me resulta irresistible hacerlo y declarar a los cuatro vientos que no es, no ha sido y no será mi intensión el hacer un “poema a la patria”, uno de esos cándidos poemas que comienzan con un “Ho, patria mía, que has dado tu seno a beber” o alguna paparruchada por el estilo.

Simplemente, considero que la Historia, cualquiera, resulta muy poética. La Historia de un país, de una ciudad, de un libro, de una persona (biografía), de una religión, etc.., está hecha, en realidad, de imágenes, y ya sabemos todos el papel tan importante que estas tienen en la poesía. La Historia de México me parece muy poética. Aunque, a decir verdad, resulte muchas veces en un poema curiosamente tragicómico.

Esto es la primera parte de “Visiones de México”, título no definitivo, por cierto.

I

Un desierto, un valle. La selva.

El cielo que es el mismo y siempre otro.

Hombres mudos que inventan el río,

hombres mudos que hacen hablar a la piedra y al mineral.

Las murallas caen. Los templos caen, igual que los hombres.

Pero los ríos de sangre y la furia y el miedo,

los dioses que callan y dejan de creer y se desintegran

serán la semilla. La guerra es como el semen.

De la confusión, de las ruinas como el esqueleto de un gigante,

de la muerte de un árbol que no puede morir,

de una voz que no puede callar porque estuvo antes que el silencio,

viene la cruz, la catedral, las palabras de Dios.

jueves, 7 de octubre de 2010

El escribidor

Es curioso, pero hasta los más radicales críticos de Mario Vargas Llosa parecen haber suavizado, ligeramente, sus palabras y se dicen contentos por el Nobel. Dicen, casi todos, que Mario, que los libros de Mario, lo merecían, no sin, después, agregar que lo merecía a pesar de ser “derechista”, “reaccionario”, “deplorable” y demás adjetivos un tanto contradictorios. El mexicanísimo Paco Ignacio Taibo II (del cual uno se entera que es escritor cuando te lo dicen y lo lees, porque por la facha pareciera más bien taxista o taquero, sin ofender a los taxistas y taqueros) ha declarado, a la primera oportunidad que tuvo, que Mario es un ser “deplorable como ciudadano y como persona”. Solo Taibo sabe la razón de tan profunda inquina. Sin embargo, dice, Mario se lo merecía. En pocas palabras, todos están contentos. Carmen Balcells, editora y amiga de mucho tiempo atrás de Mario, ha dicho que parece, más bien, que Vargas Llosa ha ganado la Copa del Mundo.

Yo solo puedo decir que estoy bien, pero bien contento. Que me emocionó, me conmovió, muchísimo cuando, esta mañana, apenas despertando de un sueño intranquilo y convertido en insecto, me metí a internet a ver quien había ganado y me encontré con el rostro feliz de Mario, con la noticia de su premiación. Algunos me dirán, estoy seguro, que los premios no son lo importante y que, en realidad, no dicen nada, y tendrán quizá razón, pero a mí eso no me importa. Yo no estoy feliz ni por la lengua y literatura en español, ni por Latinoamérica, ni por el Perú (que no conozco) ni por nadie más que por Mario Vargas Llosa, un hombre al que no conozco en persona y el cual no tiene ni la más mínima sospecha de mi existencia, pero al cual siento muy cercano y al cual le agradezco, anónimamente, horas y horas de felicidad y de maravilla en sus libros, de la mano de sus amargos personajes, paseando por Lima y sus cantinas de mala muerte y sus avenidas y sus edificios antiquísimos, navegando por la selva del Amazonas en medio de los aguarunas y machiguengas, escuchando y conociendo a los alumnos de un oscuro colegio militar, emocionándome con las aventuras eróticas de Fonchito y de su padre y su madrastra, muriendo en medio de la batalla apocalíptica que finalizará con el mundo…